-Aun es más misterioso su origen —contestó Maltrana, y biógrafos e historiadores
llevan cuatro siglos disputando sobre los diversos lugares de su nacimiento en el
señorío de Genova.
llevan cuatro siglos disputando sobre los diversos lugares de su nacimiento en el
señorío de Genova.
Algunos hasta le creen gallego, nacido en Pontevedra, y se fundan en que en la
época de su nacimiento existían familias de marineros en aquella cosa,llamados unos
Colón y otros Fonterrosa (los dos apellidos del Almirante), y todos ellos, según
Yo doy importancia en la vida de un hombre al lugar de su nacimiento.Cada uno nace
donde puede:donde le dejan nacer,y esto nada significa en la formación de nuestro
carácter.
- Así es Nuestra patria verdadera está allí donde esbozamos el alma, donde
aprendemos a hablar,a coordinar las ideas,por medio del lenguaje y nos moldeamos
en una tradición.
- Recuerde,amigo Ojeda, los documentos que nos quedan del Almirante. No hay uno
solo escrito en italiano; ni la más insigniñcante palabra de su idioma natal se escapa
en ellos; siempre usa el latín o el castellano, y al castellano le llama «nuestro
romance».
El, tan aficionado a las citas literarias y los versos, nunca menciona un autor de la rica
literatura italiana, que parece ignorar. Américo Vespucio, que era de Italia, saca a colación, en sus relaciones geográficas, al Dante y a Petrarca.
Colón cita únicamente a los autores de la antigüedad: «el Aristóteles», Plinio, Séneca,
etc., y con ellos los árabes españoles, San Isidoro, el rey Alfonso y muchos rabinos
hispanos, en cuyas doctrinas pareee muy versado. Este genovés ilustre, cuando
escribe a Micer Nicolao Oderigo, embajador de Genova en España, le escribe en
castellano, como escribía a todos, cuando no usaba del latín.
Muchos años antes, al planear en Lisboa su empresa de descubierta, se dirige a
Toscanelli, el anciano cosmógrafo florentino, para conocer nuevos datos de la ciencia
de entonces que le afirmasen en sus propósitos.
No se sabe qué dijo en la carta de petición; lo natural era recomendarse a su
benevolencia como compatriota, y sin embargo, Toscanelli, el famoso «Paulo físico»,
cuando le contesta desde su tierra enviándole el plano geográfico que tanto le valió
para los descubrimientos, da a entender que lo cree portugués y le habla del
esforzado valor de los navegantes de su país…
Alegan muchos, para justificar ese desconocimiento del italiano tan extraordinario en
un genovés, que Colón salió de su patria a los catorce años para no volver más.
¿Pero el idioma natal puede olvidarse tan por completo cuando se le ha hablado hasta
los catorce años?…
solo escrito en italiano; ni la más insigniñcante palabra de su idioma natal se escapa
en ellos; siempre usa el latín o el castellano, y al castellano le llama «nuestro
romance».
El, tan aficionado a las citas literarias y los versos, nunca menciona un autor de la rica
literatura italiana, que parece ignorar. Américo Vespucio, que era de Italia, saca a colación, en sus relaciones geográficas, al Dante y a Petrarca.
Colón cita únicamente a los autores de la antigüedad: «el Aristóteles», Plinio, Séneca,
etc., y con ellos los árabes españoles, San Isidoro, el rey Alfonso y muchos rabinos
hispanos, en cuyas doctrinas pareee muy versado. Este genovés ilustre, cuando
escribe a Micer Nicolao Oderigo, embajador de Genova en España, le escribe en
castellano, como escribía a todos, cuando no usaba del latín.
Muchos años antes, al planear en Lisboa su empresa de descubierta, se dirige a
Toscanelli, el anciano cosmógrafo florentino, para conocer nuevos datos de la ciencia
de entonces que le afirmasen en sus propósitos.
No se sabe qué dijo en la carta de petición; lo natural era recomendarse a su
benevolencia como compatriota, y sin embargo, Toscanelli, el famoso «Paulo físico»,
cuando le contesta desde su tierra enviándole el plano geográfico que tanto le valió
para los descubrimientos, da a entender que lo cree portugués y le habla del
esforzado valor de los navegantes de su país…
Alegan muchos, para justificar ese desconocimiento del italiano tan extraordinario en
un genovés, que Colón salió de su patria a los catorce años para no volver más.
¿Pero el idioma natal puede olvidarse tan por completo cuando se le ha hablado hasta
los catorce años?…
-A mí tampoco me apasiona el lugar de su nacimiento—dijo Ojeda —. Ya he dicho que
el hombre es del país donde se forma y cuya lengua habla. Me interesa la persona
más que la cuna… Pero tenemos el testimonio del mismo Colón, que no deja lugar a
dudas. En sus cartas, en la institución del mayorazgo para su descendencia, en su
testamento, en todo papel que escribe en los últimos años, muestra cierto interés en
hacer saber que es de Genova, como si adivinase las objeciones de la posteridad
sobre su origen.
-Lo dice hartas veces—interrumpió Isidro maliciosamente—, lo repite con sobrada
insistencia para creer en su sinceridad. Exhibe la condición de ligur, pero no añade
lo más mínimo sobre sus ascendientes o la parentela que indudablemente le quedaría
en Italia.
La única vez que menciona familia, es para dar a entender de un modo velado que
bien pudiera ser pariente de los Colombos, famosos almirantes de Genova. En esta
declaración ven algunos el secreto de su genovesismo. El vagabundo Colón y
Fonterrosa, marino gallego, portugués, judío o lo que fuese, pudo ver grandes ventajas
en este parentesco, por la semejanza de apellidos, y más aún si deseaba ocultar su
origen en una época en que el cristianismo pegaba duro sobre los de raza hebraica y
preparaba su expulsión de muchas naciones. Se ha demostrado que es puramente
ilusorio este parentesco con los Colombos almirantes y falsos también los relatos de
los combates de su mocedad en las galeras genovesas frente al puerto de Lisboa, así
como su milagrosa salvación sobre un madero.
¿Por qué no podría serlo igualmente el genovesismo de ese italiano que ignora su
lengua y no se acuerda de cómo es su país, pues jamás lo alude para compararlo con
las tierras descubiertas?…
-Ciertamente, fue un hombre enigmático. Su vida se asemeja a esas montañas
altísimas que reciben en la cumbre los rayos del sol, mientras abajo los valles y
laderas están en la sombra. Sabemos de él con certeza a partir de sus cincuenta y
seis años, cuando emprende el primer viaje: los ocho años anteriores pasados en la
corte de España solicitando apoyo están en la penumbra; los de su vida en Portugal
aun son más inciertos, y todo el resto, hasta el nacimiento, queda envuelto en una
obscuridad absoluta, que se ha prestado y se prestará a las hipótesis más diversas.
Su existencia en España es un misterio. ¿Desde cuándo vivió en ella?… Los biógrafos
lo hacen pasar únicamente por Andalucía y Castilla en sus tiempos de solicitante; y sin
embargo, Colón, siendo viejo, contaba a Las Casas cómo le habían servido de apoyo
en sus planes de descubierta ciertas pláticas con Pero Velasco, un marinero que
había hecho grandes navegaciones, y al que conoció en Murcia.
-Hay que tener en cuenta, amigo Ojeda, que en ciertos países la calidad de extranjero
da gran prestigio a todo el que ofrece una idea nueva. En aquellos tiempos los
marinos genoveses eran los de más fama, los que habían llegado más lejos en sus
exploraciones. Entonces no había telégrafo, ni periódicos de información, y un
hombre movedizo y viajero podía cambiar fácilmente de personalidad y vivir largos
años sin que nadie le reconociese. Mientras estaba abajo no corría peligro de que la
superchería fuese descubierta, y si llegaba el éxito para él, la patria que se había
atribuido era la primera en enorgullecerse de este ciudadano hasta entonces
ignorado…
Yo no tengo empeño en sostener que Colón fuese genovés o no lo fuese: me es igual.
A mí, como a usted, lo que me interesa es el hombre que por su misticismo extraño y
su carácter contradictorio es como un resumen de la fusión de razas en la España
medieval; un conjunto de fanatismos, ambiciones de gloria y codicias de mercader.
Veo en él una mezcla de rabino avaro, moro fantaseador y guerrero romántico,
ansioso de rescatar los Santos Lugares para devolver millones de almas a su Dios.
Pero reconozco que de ser cierta la hipótesis del cambio de nacionalidad, fue este
uno de los mayores aciertos de su vida.
Isidro hacía memoria de la existencia en España de aquel aventurero, Colombo para
unos, Colome para otros, pero que siempre se apellidó Colón en sus propios
escritos. Conseguía alojamiento y mesa en la casa de un personaje como el contador
Quintanilla, favorito de los reyes; le protegían los priores de ricos conventos; tenía
pláticas con la gente de la corte, y al fin le escuchaban los monarcas, mientras
España andaba revuelta en las últimas guerras con los moros, había de atender a
los choques políticos en Francia e Italia, tenía poco dinero y necesitaba tiempo y
reflexión para cosas más urgentes e inmediatas que buscar un nuevo camino que
llevase a «la tierra de las especierías»…
¡Si se hubiese presentado como español! El mismo Almirante contaba a sus amigos
cómo en los puertos de la península había encontrado viejos marineros que
navegando hacia Poniente columbraron señales indudables de nuevas tierras.
En Puerto de Santa María había hablado con un «marinero tuerto» que cuarenta
años antes, en un viaje a Irlanda, alejado de esta isla por el mal tiempo, vio una gran
tierra que imaginaba fuese la Tartaria. En Cádiz y en el puerto de Palos hablábase
de los países desconocidos como de algo indiscutible; pero los navegantes
andaluces, gallegos o levantinos, gentes rudas y humildes, se hubieran asustado
ante la idea de ir a la corte para exponer su opinión.
Los mismos Pinzones, que eran en su patria notabilidades de campanario por
haberse hecho ricos con los viajes a Oriente y al Norte de Europa y se mostraban
tan convencidos como Colón de la posibilidad de los descubrimientos, no habrían
conseguido ser escuchados al proponer la gran empresa sin profecías bíblicas y
textos clásicos, basándose únicamente en su experiencia de pilotos.
-Pensaba yo ahora—interrumpió Ojeda—en la Vida del Almirante, escrita por su hijo
don Fernando, el hijo bastardo, el hijo del amor, habido con una señora cordobesa
cuando Colón era casi anciano, y que tal vez por eso fue mirado siempre con
especial predilección…
A la edad de catorce años acompañó a su padre en el último viaje de descubrimiento,
el más penoso de todos. Estuvo a su lado en las largas navegaciones, cuya
monotonía incita a hablar; pasó con él horas de peligro, que son horas de confesión;
pudo conocer mejor que nadie las obscuridades de su primera vida, antes de la
celebridad, y sin embargo, al escribir los orígenes del Almirante muestra una visible
incertidumbre, como si poseyese un secreto que teme hacer público.
El mismo don Fernando afirma francamente que su padre, así como fue ascendiendo
en fama, tuvo empeño en «que fuese menos conocido y cierto su origen y su
patria»… Reconoce que el Almirante era genovés, porque así lo afirmaba él; pero se
nota en sus palabras cierto misterio.
-Cuando don Cristóbal dispone de sus bienes—continuó Maltrana —, ordena que se
destine cierta cantidad al mantenimiento de uno de la familia para que se establezca
en Genova y tome allá mujer, con el fin de que existan siempre Colones en la ciudad.
¿No le quedaban parientes en Liguria?… Parece que él y sus hermanos sean
producto de una generación espontánea, sin ascendientes ni colaterales, lo que le
obliga a este trasplante de una rama de la familia para dejar bien demostrado que
Genova fue su nación… En el testamento reparte sus bienes entre hijos y hermanos
y deja varias mandas para genoveses o personas de origen genovés… pero todos
residentes en Portugal y alejados muchos años de su país de origen; mercaderes que
conoció y trató durante su permanencia en Lisboa cuando estaba casado con la hija
de otro genovés, circunstancia que bien pudiera haber influido en la decisión de su
nacionalidad. Estas mandas se adivina que son restituciones por préstamos que le
hicieron en sus años de miseria. Hasta ordena que se le entregue cierto dinero «a un
judío que moraba a la puerta de la judería de Lisboa», el único en todo el testamento
que figura sin nombre.
Parientes de Genova no menciona uno siquiera, ni deja nada para residentes en
Italia. Sus recuerdos de genovés no van más allá de la colonia genovesa establecida
en Portugal… A mí me inspiran poca confianza las afirmaciones del Almirante en lo
de su nacionalidad… y en otras muchas cosas…
Ojeda acogió estas palabras con un gesto de asombro. —Ño quiero decir—continuó
Isidro—que el grande hombre fuese embustero a sabiendas, pero tenía el defecto
o la cualidad de todos los que, viniendo de abajo, llegan a una altura gloriosa.
Arreglaba a su gusto los sucesos de la vida anterior; desfiguraba el pasado de
acuerdo con sus conveniencias. Era como algunos millonarios del presente, que en
sus primeros tiempos de riqueza confiesan con orgullo las miserias de los años
juveniles; pero luego, cuando crecen sus hijos y forman dinastía, empiezan a
avergonzarse de su origen e inventan parientes opulentos y capitales ilusorios con
los que iniciaron las primeras empresas.
El Almirante, al dictar su testamento, habla con amargura de que los reyes sólo
dedicaron a su obra un millón o cuento de maravedís, y que «él tuvo que gastar el
resto»… Y eso lo decía a la hora de su muerte, en un país donde todos le habían
conocido yendo tras de la corte como parásito solicitante, sin dinero y sin hogar,
alojado en conventos, implorando pequeños subsidios para moverse de una ciudad
a otra… Habían bastado catorce años para una falta de memoria tan estupenda.
-A mí me sorprende el poco caso que hicieron de él durante su vida los que llamaba
compatriotas suyos. En la colección de sus cartas hay algunas quejándose al
embajador genovés Oderigo porque no le contestan de allá. Envía al Banco de San
Jorge de la ciudad de Genova todos sus papeles en depósito, y los señores del Banco,
sólo después de algún tiempo, le dan una respuesta por indicación de Oderigo; y esta
respuesta, aunque amable, no prueba que el gobierno genovés se entusiasmase
mucho con sus hazañas.
Parece natural que tratándose de un hijo del país que había descubierto un nuevo
camino para el Oriente asiático, la Señoría genovesa celebrase esto de algún modo.
Y sin embargo, la gran República comercial permanece callada, ignora a Colón, y sólo
uno de sus funcionarios le escribe para darle las gracias cuando hace un regalo
valioso a la ciudad que llama su patria…
Que Colón era extranjero lo tengo por indudable: lo prueba además la carta de
naturalización que dieron los Reyes Católicos a su hermano menor, don Diego, que
era sacerdote, para que pudiese gozar en Castilla de beneficios y rentas.
Pero en ese documento hay algo también que se presta al misterio. Se naturaliza
español a Colón el menor por haber nacido fuera de España y ser extranjero, pero no
se dice una palabra de su nacionalidad primitiva, del lugar de su cuna; no se menciona
a Genova para nada… ¿Qué había de raro en el origen de estos Colones para que
todo lo referente a sus personas tendiese siempre a la confusión?…
-En los últimos años—dijo Maltrana—tenía el Almirante cierto empeño en aparecer
como extranjero, y por esto insiste tanto en lo de su origen ligur. Adivinaba próximo el
pleito que tuvieron después sus descendientes con la Corona. Hombre astuto y
precavido, daba por cierto el incumplimiento de los derechos exorbitantes que a
cambio de sus descubiertas le había reconocido la buena reina Isabel, generosa e
imprevisora como todas las mujeres de alta idealidad cuando se meten en negocios…
Ya sabe usted que a Colón, por el compromiso que firmaron los reyes, le correspondía
la décima parte de todo lo que descubriese y de lo que tras él pudieran descubrir los
que siguiesen su camino. Es absurdo imaginarse una familia, la familia de los Colones,
propietaria absoluta de la décima parte de todo el continente americano y a más de
esto la décima parte de las islas de Oceanía, cuyo hallazgo fue consecuencia del de
América ..
Por esto el rey Fernando, experto hombre de negocios, miró siempre con recelo los
tratos entre el Almirante y la reina. No fue enemigo de la empresa, como dicen
algunos, pero le pareció insensata la facilidad con que su esposa había accedido a
todas las peticiones del navegante…
Y Colón, en los últimos años, adivinando las dificultades en que se verían sus
descendientes para sostener la absurda herencia, repetía en todos los documentos
que era de Genova, aconsejaba a sus hijos que se pusiesen en contacto con el
gobierno de la República, y se valía de halagos y súplicas para conquistar su favor
y el de los poderosos mercaderes del Banco de San Jorge..."
FUENTE:
LOS ARGONAUTAS
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