PARDELA
En todas y cada una de las muchas veces que he tenido entre mis manos—para deleite unas y para consulta las demás—la primorosa Historia del descubrimiento de América que en el año de 1892 dio a la estampa el eminente tribuno D. Emilio Castelar, hubo de llamarme grandemente la atención, en mi calidad de marino navegante por una gran parte de los golfos y los mares, la frecuencia con que el autor se ocupa en el encuentro de pardales, y hasta pardalejos, a gran distancia de la tierra, durante el primer viaje del Almirante Colón.
Y pondero mi extrañeza, a fuer de marino navegante, porque es lo cierto que ni en el Mediterráneo, ni en el Atlántico, ni en el Rojo, ni en el índico, ni en los revueltos mares de la China, ni en los de Arabia, donde reina la monzón; ni en los australes del Cabo Tormentoso, ni a Oriente ni a Occidente de nuestros meridianos, y ni al norte ni al sur de la línea ecuatorial he tenido nunca la rara fortuna de encontrar pardales—léase pardillos o gorriones—ni a relativas distancias de las costas, ni mucho menos en las peligrosas soledades de los golfos.
El que yo no las haya visto nunca... no es gran argumento ciertamente; pero como el hecho, además de positivo, es perfectamente natural... Sucede que los marinos todos, unos más y otros menos, según son los mares que hayan frecuentado, han visto, seguramente, como he visto yo en mis navegaciones, multitud de gaviotas y tableros, de pájaros carneros y de rabihorcados..., de esos palmípedos, en fin, de gran tamaño y recia complexión que se enmaran sin medida y al azar, porque disponen de elementos naturales para descansar sobre las propias aguas, cuando de ello han menester, y para resistir, al reanudar su vuelo, el poderoso azote de los vientos que los arrojan, inopinadamente quizás, a los escarpados de la orilla que abandonaron imprudentes, permitiéndoles soportar en su regreso todas las ímprobas fatigas de un viaje peligroso y prolongado.
Pero pardillos en mitad del Golfo...
Vade retro: eso ni yo lo he visto jamás ni me parece posible que lo haya visto nadie, salvo quien haya tenido la humorada de llevarlos para recreo propio y martirio de los bichos... enjaulados.
Pero como quiera que, a pesar de todo ello, y aun de lo mucho más que se pudiera razonablemente argüir en tal sentido, trayendo a colación, con la pequenez y debilidad de tales pajarillos, su imposibilidad de encontrar reposo sobre el agua, que los moja, los inutiliza y los ahoga; la carencia de alimento adecuado para reponer sus agotadas fuerzas, que no les puede nunca ofrecer la vastísima extensión del mar salado..., como, a pesar de todo ello, es lo cierto que el Sr. Castelar dice tan pronto que «un pardalejo cualquiera aportaba—a Colón—viva profecía», como que «Sobre su pico debían traer—las aves—señales del fruto picoteado», añadiendo que «lo que le mostraban los pardales también se lo mostraban las ballenas», di en cavilar sobre el asunto para ver si encontraba explicación plausible al que juzgaba—¡atroz atrevimiento!—yerro patente del orador demócrata.
Es fama, y, como fama, es lógico y natural y hasta obligado, que nuestro historiador, al redactar su último libro de gran fuste, la mencionada Historia, haya, tenido de continuo a la vista, para ceñirse a su letra y a su espíritu, como insubstituible fuente de verdad histórica, el celebérrimo Diario de Colón; y siendo así, lógico y natural y hasta obligado es también que yo haya acudido en mis exploraciones a consultar y a comparar con el Diario el texto mismo del original castelarino, más que en la esperanza, en la ciega seguridad de llegar a esclarecer por tal cotejo el verdadero fondo de mis dudas.
El éxito coronó felizmente mis modestas presunciones. Yo no sé si en algún otro pasaje del Diario, pues que pronto renuncié a proseguir en mi rebusca; pero sí sé con seguridad que en los que se refieren los Acaecimientos de la navegación correspondientes al día 24 de septiembre, o sea al que hacía el número cincuenta y uno después de la partida de Palos y el diez y ocho antes del que alumbró el feliz descubrimiento, estampó Colón en su Diario: «Vino—a la carabela—un alcatraz y se vieron muchas PARDELAS; y que en los de nueve días después, o sea en los del 3 de octubre siguiente, escribió también el Almirante que: «Aparecieron PARDELAS, yerba mucha, alguna vieja y otra muy fresca.»
De tales citas se deducen sin esfuerzo las dos siguientes interesantes consecuencias:
1ª: Que lo visto por Colón en tales ocasiones no fué un ave única, que bien pudiera, fuese cual fuese su género zoológico, reputarse forzadamente extraviada y alejada de su nido; y
2ª: Que a dichas aves no las llamó pardales, como, a son de copia, estampó en su libro Castelar, sino PARDELAS, que es como las llaman de siempre los marinos que de muy antiguo las conocen, y como reza aquel REFRAN GALLEGO que dice puntualmente:
«Cando se pon a PARDELA a espiollar, non tarda un día o vendaval...»
refrán que, dado el carácter de castellano antiguo que muchas gentes cuerdas asignan al GALLEGO, representa para el caso una muy significativa y original confirmación . A mayor abundamiento, y por si alguien pudiera reputar insuficientes las anteriores citas del Almirante de las Indias y la expresiva ratificación que implica el texto mismo del refrán GALLEGO, cúmpleme exhibir algunas autoridades respetables que he logrado tropezar en mis rebuscas, y entre las cuales asumen merecidamente principal papel:
ULLOA, que dice en Conversaciones con mis hijos:
"Los pájaros deben considerarse en dos modos" .Unos que son propios de mar, porque se ven en distancias muy largas de la tierra y -éstos no pueden indicar su inmediación; tales son las PARDELAS, que se descubren aun en mitad de los espaciosos golfos, y algunas otras por este tenor»; y
MALASPINA, que en su Viaje de las corbetas «Descubierta* y «Atrevida*, dice también:
«... fueron muy pocas las PARDELAS que vimos a alguna distancia de la costa. Nos abandonaron luego que volvimos a atracarla, y en su lugar, o de otra cualquiera especie de aves, sólo aparecía de tiempo en tiempo uno u otro lobo marino.»
Para mí, lo sucedido en este caso concreto no ofrece duda alguna. El Sr. Castelar, al recorrer la serie de Acaecimientos del Diario de Colón, que utilizó para escribir su Historia, tropezó en la voz PARDELA repetidamente mencionada por el gran descubridor, y desconociéndola tal vez, trató, cuerda aunque infructuosamente, antes de usarla a ciegas, de inquirir su significación corriente sujetándose al dictamen del léxico» oficial.
No la encontró en él: y ya fuese porque la premura agobiadora con que solía atender a sus múltiples trabajos no le diera margen a. insistir en sus consultas, o ya porque el concepto que implicara la insistencia lo juzgase molesto y depresivo, dadas su envidable categoría literaria y su fama ampliamente universal; o ya, en fin, porque reputase yerro de Colón o mera errata de imprenta o de copista el vocablo que causaba su extrañeza y hoy sugiere este conato de disquisición, es lo cierto que creyó acertar cortando por lo sano, y que en vez de limitarse a copiar fielmente lo que Colón dijera en su Diario, optó por modificar o corregir, sin gran fortuna a mi entender, las atinadas palabras del gran hombre, escribiendo pardales por PARDELAS y que equivale a decir pardillos por gaviotas,, y estableciendo, a la sombra de su nombre esclarecido, una muy injustificada confusión.
Yo no sé si habré atinado a reconstituir lo sucedido; pero lo que sí sé con plena seguridad es que: La voz PARDELA es aceptablemente eufónica y está, sin duda, bien formada; que goza en castellano de la respetable ancianidad de más de cuatro siglos; que es de noble estirpe, ya que, según todas las señales, procede del GALLEGO; que desde sus primeros años disfrutó del padrinazgo de varones tan ilustres como D. Cristóbal Colón, D. Antonio de Ulloa y D. Alejandro Malaspina...; y que, constituyendo su actual proscripción un lunar indisculpable, no me parece pecar muy gravemente si me atrevo a demandar en favor de ella—como tributo de justicia—un decoroso renglón en las nutridísimas columnas de nuestro Diccionario.
(De Vida Marítima.)
FUENTE:
ESCARCEOS FILOLÓGICOS
Manuel de Saralegui y Medina
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