PARDELA
En todas y cada una de las muchas veces que he tenido entre mis manos—para deleite unas y para consulta las demás—la primorosa Historia del descubrimiento de América que en el año de 1892 dio a la estampa el eminente tribuno D. Emilio Castelar, hubo de llamarme grandemente la atención, en mi calidad de marino navegante por una gran parte de los golfos y los mares, la frecuencia con que el autor se ocupa en el encuentro de pardales, y hasta pardalejos, a gran distancia de la tierra, durante el primer viaje del Almirante Colón.
Y pondero mi extrañeza, a fuer de marino navegante, porque es lo cierto que ni en el Mediterráneo, ni en el Atlántico, ni en el Rojo, ni en el índico, ni en los revueltos mares de la China, ni en los de Arabia, donde reina la monzón; ni en los australes del Cabo Tormentoso, ni a Oriente ni a Occidente de nuestros meridianos, y ni al norte ni al sur de la línea ecuatorial he tenido nunca la rara fortuna de encontrar pardales—léase pardillos o gorriones—ni a relativas distancias de las costas, ni mucho menos en las peligrosas soledades de los golfos.