Desde que el célebre Almirante de las Indias tocó con sus carabelas en la Isla de Guanahaní, dando carácter de becho á su título que de derecho tenía al embarcar en el Puerto de Palos, ha sido objeto de controversia aún no cerrada, la determinación de la patria del generalmente llamado famoso genovés.
En vano fué que Cristóbal Colón declarase en un solemne documento que babía nacido en Genova, consignándolo así en la escritura de fundación del Mayorazgo de su Casa futura. Semejante afirmación, que se explica por la necesidad de asignarse una patria y un origen por quien no puede declarar los verdaderos, en el momento de fundar una Casa, en el sentido heráldico de la frase, se encuentra destruida por la afirmación de autoridad superior, puesto que esta es espontánea, hecha por D. Fernando Colón, hijo del famoso Almirante, primer biógrafo ó historiador de su padre, al consignar en su libro, reconocido por los colombistas como piedra fundamental de la historia del Nuevo Mundo, en el capítulo primero de él, textualmente, hablando de su padre: «de modo que cuanto fué su persona á propósito y adornada de todo aquello que convenia para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto quiso que fuese su origen y patria; y así, algunos que de cierta manera quieren oscurecer su fama, dicen que fue da Nervi, otros de
Cugureo, otros de Bugiasco; otros, que quieren exaltarle más, dicen era de Saona y otros genovés, y algunos también, saltando más sobre el viento, le hacen natural de Placencia».
Don Fernando Colón, designado por su padre como segundo sucesor del Mayorazgo fundado por éste, dice en ese mismo capítulo primero, al comenzarlo, que una de las principales cosas que pertenecen á la historia de todo hombre sabio es que se sepa su patria y origen. Pero hay más: el mismo D. Fernando, respondiendo á la pregunta de Giustiniani, que escribió, siendo con Gallo y Foglieta uno de los tres historiadores italianos contemporáneos del suceso, la vida del Almirante, calificó de «caso oculto» la patria de su padre.
En el expediente de Pruebas de Nobleza de D. Diego Colón, nieto del Almirante, para ingresar en la Orden de Santiago, publicado por el ilustre tratadista Sr. Marqués de Lurencín, ministro del Tribunal de las Ordenes, de la Real Academia de la Historia, aparecen las manifestaciones de los testigos que declaran, y los documentos aducidos á tal fin. De ello resulta que en la genealogía que figura á la cabeza de la información, que los pretendientes á Hábitos presentaban «in voce» y juraban, se hace constar por los descendientes de Colón, que éste era natural de Saona, sin que en ninguna diligencia se haga la menor relación de su origen genovés.
También resulta de ello que Pedro de Arana, hermano de Doña Beatriz Enríquez, cuyas relaciones con Cristóbal Colón son tan históricamente conocidas, declara que ignoraba cuál era la patria del Almirante. De Pedro de Arana dice el P. Las Casas, que lo conoció muy bien, que era hombre muy honrado y cuerdo. Y Pedro de Arana dice que «oyó decir que Colón era genovés, pero que él no sabe de dónde es natural». Pedro de Arana, á más de hermano de Doña Beatriz, madre, como se sabe, de don Fernando Colón, fué amigo íntimo del Almirante, á quien acompañó en sus viajes y sirvió con lealtad, especialmente con motivo de la sedición de Roldan en la Isla Española.
El segundo almirante de las Indias, D. Diego Colón, ordenó en su testamento el pago de cien castellanos á Pedro de Arana, que éste había prestado en Indias á su padre. En cuanto á Diego Méndez, uno de los testigos que declaran en el Expediente de pruebas en cuestión, declara que el Almirante «era de Saona». «Diego Méndez fué el servidor fiel de Colón, el cual, anciano y doliente, en sus cartas á su heredero lo menciona varias veces, afirmando que «tanto valdrá su diligencia y verdad, como las mentiras de los hermanos Porras». Diego Méndez acompañó á Colón en su cuarto viaje en unión de un protegido de Colón, el genovés Fiesco.
Conoció, además, personalmente á Bartolomé Colón, el hermano del almirante, así como á D. Diego, hijo de éste. Al afirmar que Colón era de Saona, recordaría, sin duda, haber oído hablar á ambos hermanos, con afecto, de aquella ciudad italiana, en la que ellos residieron y en donde, probablemente, fallecieron sus padres, siendo esta la razón por la cual hacía de Saona la patria del Almirante.
Con la publicación, pues, del Expediente de pruebas mencionado quedó declarado oficialmente, por sus descendientes y familiares, que Cristóbal Colón no era de Génova; pero, con todo, no quedó demostrada cuál fuese su patria. De los historiadores contemporáneos de Colón, cuanto se encuentra aumenta la confusión. Pedro Mártir de Angleria, que era italiano y amigo íntimo del Almirante, se reduce, en cuanto á su nacimiento y origen, á llamarle «vir ligur». El cura de los Palacios, depositario de los papeles de Colón en 1496, limítase á decir de él que era mercader de estampas, y en unas partes le llama «hombre de Genova», mientras en otras, al dar cuenta de su muerte, afirma que era de Milán.
Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista oficial de Indias, que sirvió en ellas y conoció personalmente á Colón, declara que unos dicen que Colón nació en Nervi, otros en Saona y otros en Cugureo; lo que más cierto se tiene, «con lo cual prueba las dudas que sobre la materia existían, desechando, al no nombrarla, á Génova como patria del almirante.
El padre Las Casas, amigo íntimo de Colón, dice que era genovés, cualquiera que fuese la ciudad en donde vio la luz primera; fórmula vaga, que no puede ser casual en quien tuvo en su poder los papeles del almirante, y hubo por fuerza de preguntarle como historiador y como amigo, y aunque no fuera más que como curioso, de dónde era natural.
Galíndez de Carvajal afirma que Colón era de Saona. Medina Nuncibay, en su crónica, escrita después de examinar los papeles de Colón depositados en la Cartuja de Sevilla, dice que era de Milán, añadiendo que se escribieron algunos tratadillos «dando prisa á llamarle genovés». Por otra parte, Navarrete examinó dos documentos oficiales de principios del siglo xvi en el Archivo de Indias: en uiio dícese que Colón nació en Cugureo, y en el otro que en Cugureo ó en Nervi.
De los historiadores italianos ya citados, Foglieta no aporta dato alguno sobre la patria de Colón, limitándose á repetir lo dicho aquí en España. Ni tampoco Allegretti, en sus «Anales de Siena», del año 1493, en donde se limita á dar cuenta de haber llevado á Génova la noticia del descubrimiento del Nuevo Mundo.
¿Qué es lo que dicen sobre la patria de Cristóbal Colón sus biógrafos los historiadores genoveses? He aquí un punto del mayor interés, en el cual, sin embargo, nadie ha puesto, que yo sepa, la menor atención. Las palabras de estos historiadores nos pondrán en camino de descubrir plenamente la verdad. Advirtamos ante todo que el estupendo hecho del descubrimiento del Nuevo Mundo, realizado, al decir de los más, por un genovés, no despierta ni la sombra de un sentimiento de entusiasmo ó de orgullo en Genova. Ni en las autoridades ni en el clero de la Iglesia en que fué bautizado Colón, de ser genovés, ni en los parientes, ni en los amigos, ni en los conocidos, ni en los ciudadanos, ni siquiera en los chismosos, que tanto ayudan á la formación de la leyenda ó de la historia, causa la noticia la menor emoción.
La ciudad de Genova ha declarado, como la de Saona y otras italianas, por hijo suyo al almirante de las ludias. ¿En qué se funda Genova, la ciudad que por excelencia pasa por ser la patria de Cristobal Colón? Cuatro son los principales documentos que en el Archivo del Ayuntamiento de Genova existen referentes al almirante. Estos y los demás relativos á él se encuentran, según la frase sarcástica del historiador norteamericano Harrisse, «al lado del violín de Paganini», con lo que da á entender la autenticidad que le merecen. El principal de estos documentos es una carta de Colón al Oficio de San Jorge de Genova. Esta carta comienza diciendo: «Bien que el cuerpo ande por acá, el corazón está allí de continuo», con el cual «allí» se pretende que Colón se declara genovés. Esta carta es evidentemente apócrifa; su contenido está en contradicción completa con otra, positivamente auténtica, descubierta por D. Cesáreo Fernández-Duro, de la Real Academia de la Historia, escrita en la misma fecha, pues que la carta al Oficio de San Jorge está fechada el 4 de Abril y la dirigida á Gaspar de Gricio es del 2 del mismo mes y año 1502. El segundo documento fundamental del Archivo Municipal de Genova es la minuta de respuesta del Oficio de San Jorge á Colón. No siendo este documento procedente del Almirante, no merece la menor autoridad, ni, por lo tanto, que se señalen las contradicciones que encierra. El tercer documento es un dibujo representando la Apoteosis de Colón, atribuido á la mano del Almirante, en el cual dibujo en el centro aparece la palabra «Genova». Lo pueril de este documento excusa que se le discuta. La mezcla en él de vocablos castellanos, franceses é italianos, explicando las diversas figuras de que la ridicula estampa se compone, acusan la torpeza de la falsificación. El cuarto y último documento convincente es el llamado Codicilo militar del Almirante. Declarado autorizadamente documento apócrifo, no es necesario ni llamar la atención sobre el absurdo de que en una de sus cláusulas disponga que, en el caso de extinguirse la línea masculina de la Casa que funda, herede sus títulos, cargos y rentas la Repiiblica de Genova.
Los partidarios de la patria genovesa de Colón aducen nuevos argumentos. Tales son los papeles encontrados en el Archivo del Monasterio de San Esteban de la Vía Mulcento, de Genova. En ellos aparecen los nombres de Dominico Colombo y de Susana Fontarossa ó Fontanarossa, padres de Colón, y los de los lujos de éstos, Cristóbal, Bartolomé y Diego, entre los años 1466 y 1459. Pero al tratar de estos documentos, nace inmediatamente esta consideración: ¿es posible suponer que los frailes del Monasterio en cuestión, si los documentos que poseían eran verdaderos, hubieran dejado pasar inadvertido el hecho de haber sido bautizado en él tan célebre personaje, cuya empresa abrió un mundo para la fe, sin que conmemorasen de alguna manera aquella gloria que de tal transcendencia fué para la Religión?
En los documentos en cuestión aparece un «Christophorus de Columbo filius Dominici», en 1470, según el documento en que esto se dice, «mayor de diez y nueve años». En esa fecha tenía Cristóbal Colón más de treinta y tres años. Pero á la vez otros papeles presentan en 1472, firmando dos documentos notariales, á Christophorus Columbus lanerius de Janua, LexLetoriae egressus», esto es, mayor de veinticinco. No hemos de entrar aquí á dilucidar si existe contradicción entre ambas afirmaciones, por cuanto no hace á nuestro propósito inmediato, si bien no parece que puede contradecir ala aserción de ser mayor de diez y nueve años la afirmación de ser mayor de veinticinco. Pero sí haremos notar, para explicar la casi insuperable dificultad de adivinar en el caos coloniano, que los Dominicos Colombo abundaban por toda aquella región en aquel tiempo. Hay un Dominico Colombo inquilino de una casa de los frailes de San Esteban de la Vía Mulcento de Genova, un Dominico Colombo, «lanario» de Genova», «habitante» en Saona; otros dos más, uno noble y otro plebeyo, en Genova; otro en Placencia, otro en Pradello, otro en Quinto, mas los otros en virtud de los cuales reclaman la paternidad las numerosas ciudades italianas que se proclaman cuna del Almirante. Es decir, que llamarse Dominico Colombo en aquella región, por entonces, era algo así, por lo visto, como llamarse Juan Pérez en Castilla.
Los Comisionados de la Academia de Genova encargados de informar acerca de la patria de Cristóbal Colón, encontraron un antiguo manuscrito, en cuya margen estampó un Notario la noticia de haber sido bautizado Colón en el Monasterio citado. El valor del documento queda probado con saber que una anotación análoga sirve de prueba á la ciudad de Calvi, en Córcega, para afirmar que el Almirante nació en ella. Finalmente, para juzgar del valor de las pruebas en que Genova se base para decirse patria del célebre Almirante, basta saber que son cuatro las ciudades que han dedicado sendos mármoles á su hijo Cristóbal Colón, dos las que poseen el Registro de su bautismo, y ocho ó diez las que exhiben diversos títulos para considerarse su cuna, sin que falten opiniones que le adjudican la nacionalidad helénica.
Vese, pues, que lo único positivo, aparte el dicho de los historiadores genoveses, de que se hablará inmediatamente, que se conoce, respecto á la nacionalidad genovesa de Colón, es la afirmación hecha por él de ser natural de Genova. Consignóla en la escritura de fundación del Mayorazgo de su Casa, «raíz y pie de su linaje y memoria de sus servicios». Es, pues, en un documento heráldico en donde tal afirmación se consigna. La índole del documento, tratándose de un fundador de linaje, previene en contra á todo historiador sereno. Sabido es que en materia genealógica la fantasía se ha desbordado siempre y la mentira ha ido siempre unida á la verdad. En ese mismo documento, Colón, en un estilo grandilocuente, artificioso, encomienda el cumplimiento de las cláusulas del Vínculo que funda, nada menos que al Papa, á los reyes de España, al príncipe D. Juan y á sus sucesores. Sabido es, además, que en aquel tiempo predominaba la preocupación de que los grandes hombres desmerecían si no eran hijos de ciudades famosas.
D. Fernando Colón, en su Vida del Almirante citada, la confirma al decir que «suelen ser más estimados los hombres sabios que proceden de grandes ciudades», y al añadir que «algunos que en cierta manera quisieron obscurecer la fama de su padre, afirman que nació en lugares insignificantes de la ribera genovesa; otros, que se propusieron exaltarle más, que en Saona, Genova ó Placencia». Necesario, pues, era que el Almirante, en el momento de fundar su Mayorazgo, se viese en la obligación, de engrandecerse dándose una patria, en primer término, y en segundo, una patria digna de la grandeza de la Casa que fundaba. Pero no lo hace Colón de una manera diáfana. Cita á Genova, en efecto, en el lugar menos adecuado de la escritura. Ni es esto sólo. En dicha escritura Colón añadió, con respecto á Genova, estas palabras: «De ella salí y en ella nací», frase que parece indicar como una rectificación por parte de quien la dicta, esto es, como si Colón, llevado de la verdad, hubiese dicho que de Genova salió, como salió, en efecto, á la vida de navegante, añadiendo inmediatamente, recordando que se decía natural de Genova sin serlo, que en ella nació.
Llamó Colón en la fundación del Vínculo á sus dos hijos D. Diego y D. Fernando, aquél en primer término. Luego, en defecto de ellos, fueron llamados Bartolomé y Diego Colón, hermanos del Almirante. En la fecha de la fundación del Mayorazgo, 1498, los hijos del fundador eran muy jóvenes. En cuanto á sus hermanos, Bartolomé era ya anciano y Diego quería pertenecer á la Iglesia, según el fundador declara. Ni unos ni otros tenían hijos. El Mayorazgo, pues, tenía grandes probabilidades de extinguirse. Ahora bien; en previsión de ello llama Cristóbal Colón, en defecto de sus hijos y hermanos, «al pariente más cercano que estuviera en cualquiera parte del mundo». Es decir, que en vez de designar, como era indispensable, y lo es, en toda institución de sucesiones de esta índole ó analoga, una ó más líneas de parientes paternos y maternos, mencionándolos, aclarando aquí definitivamente cuál era su patria.
Colón encarga al Santo Padre, á los Reyes de España y al Príncipe D. Juan, que recorran todas las partes del mundo, agrandado á la sazón con el descubrimiento de América para encontrar el pariente del Almirante que había de continuar su Casa. Ochenta años después de fundado el Mayorazgo se extingue, en efecto, la línea masculina de la casa del Almirante. Acuden al pleito, temerariamente, dos Colombos italianos, el uno de Cuccaro, el otro de Cugureo, ninguno de los cuales logró probar el parentesco. En cambio,ni uno solo de los Colombo genoveses se presenta. Semejante cláusula, no señalando la línea de sucesión, confirma, por su estudiada nebulosidad, que la nacionalidad que Colón se atribuía era falsa, como la indiferencia de los Colombo de Genova, que no acuden á la herencia cuando la rama fundadora se extingue, prueba que no tenían parentesco con Colón.
La cláusula de la Escritura de fundación del Vínculo en que el Almirante encarga á su hijo D. Diego, joven de poco más de veinte años á la sazón, que no conocía más país que el de España, que ponga en Genova persona de su linaje sin determinar ni linaje ni persona, confirma con nueva fuerza la creencia de que semejante vaguedad era estudiada por no existir semejante persona por la razón de que no existía el linaje. Por otra parte, jamás Colón volvió á hablar de ello, ni en la instrucción que, al emprender su cuarto viaje, dejó á su hijo, ni en su Codicilo firmado la víspera de su fallecimiento.
Colón no mencionó jamás á pariente alguno paterno ni materno. Durante el apogeo de su notoriedad, no se reveló en Italia nunca la existencia de pariente ninguno del más famoso personaje de su tiempo. Todo corrobora la afirmación de don Fernando Colón, cuando en su «Vida del Almirante» dice que su padre quiso hacer desconocidos ó inciertos su origen y patria.
Un silencio misterioso envuelve y ciérnese sobre la patria y origen de Colón en cuantos con él se relacionan. Sus hermanos no aclaran jamás las dudas. En 1502, Nicolás Oderigo, embajador de Génova cerca de los Reyes Católicos, amigo íntimo de Colón, recibe de éste en Depósito las copias de sus Títulos, Despachos y Escrituras. Tampoco él disipa las sombras que envuelven estos orígenes. No solamente guardó silencio sobre la patria de Colón, sino que las copias recibidas no fueron entregadas al Gobierno de Genova, sino dos siglos después por su descendiente Lorenzo Oderigo. Tales son los precedentes que existen respecto á la nacionalidad de Cristóbal Colón y el fundamento en que la ciudad de Genova se apoya para declararse su patria.
Veamos ahora lo que los dos historiadores genoveses contemporáneos del Almirante de las lndias dicen acerca de la patria del supuesto famoso genovés. Antonio Gallo, natural de Genova, que conocía personalmente á los Colón, hablando del futuro Adelantado dice: «Bartolomé, menor, nacido en Lusitania.» El obispo Giustiniani, genovés, igualmente contemporáneo de Colón, al hablar de éste, haciendo su biografía, parafrasea á Antonio Gallo, citándolo, reproduciendo sus palabras como propias, respecto de la patria de Bartolomé Colón. Tenemos, pues, que los historiadores genoveses contemporáneos de Cristóbal Colón, que conocieron personalmente á su familia, declaran que Bartolomé Colón era nacido en Lusitania. ¿Qué significa esto? ¿A qué reino de España hace alusión Antonio Gallo? La Lusitania de los romanos era Portugal, Galicia, Extremadura y León, más ó menos. Pero la Lusitania por excelencia fué siempre Portugal y Galicia. Gallo y Giustiniani afirman, pues, que Bartolomé Colón era gallego ó portugués; esto es, que era español. Quede consignado el hecho; más adelante quedará todo explicado.
Ahora bien; no siendo posible averiguar con datos ciertos el origen de Cristóbal Colón, dos medios se presentan al historiador para poder conseguirlo. Consiste el primero de ellos en, prescindiendo de todo, como si se tratara de un desconocido, descubrir con ayuda de la Heráldica la patria del personaje por el conocimiento de su apellido. Pero he aquí que una dificultad insuperable surge al paso. Porque ¿cual era el apellido de Colón? En efecto; el primer Almirante de las lndias aparece unas veces figurando y firmándose como Cristóbal Colón y otras como Cristóbal Colombo. Ahora bien; Colón y Colombo no son dos modalidades de un mismo apellido, sino dos apellidos distintos. Se ha querido explicar el hecho diciendo que Colón, llamándose Colombo, modificó su apellido en España acomodándolo á la lengua castellana. Semejante explicación es errónea. En primer término, la característica de la lengua castellana consiste en transformar los finales agudos do las palabras en llanos, añadiendo una vocal á las consonantes finales, al contrario de lo que hace el catalán. Así, se castellaniza un apellido transformando Colón en Colono ó en Colombo, y se le catalaniza trocando el Colono ó Colombo en Colón ó Colomb.
En segundo lugar, el apellido Colombo es perfectamente castellano. Aún existen en la ciudad y provincia de Huelva, para citar aquella de donde Colón partió, quienes llevan el apellido Colombo. En los territorios de León y de Galicia existen hoy varias villas y parroquias con el nombre de Santa Colomba. En la misma Cataluña existe el apellido Coloma. Juan de Coloma se llamaba el Secretario de Fernando el Católico como rey de Aragón que intervino en las capitulaciones de Santa Fé. Santa Coloma de Queralt se denomina la ciudad de donde viene la casa de este nombre. El apellido Colón es, por otra parte, un apellido español de rancia historia. En 1390, según los libros de la ciudad de Barcelona, «N. Colom el Mayor» era capitán ó patrón de varios barcos. En este año llegó de Génova una nave de N. Colom, el día 12 de Septiembre, llegando otra del mismo, el día 7 de Noviembre, de Alguer. En 1392 Juan I de Aragón dicta una Real provisión sobre... «Guillermus Columbi, Civitatis Barchionse, subdito, etc. districtuales nostros...» con motivo del apresamiento de tres naves mallorquinas por una flota inglesa. En 1462, aparece en la historia de Barcelona Guillen Colón ó Guillermo Colom «del Consejo Supremo del Principado por el brazo de los ciudadanos», interviniendo en el problema de los Payeses de Temensa. En 1658 es cónsul de los catalanes en Mesina Pedro Antonio Colom, doncel. Por último, entre los consejeros del rey de Aragón aparecen en la Edad Media los Colom, como en Mallorca, en la guerra de la Independencia, figura «el estanquillo de María Colom», descubierto por la infatigable investigación del admirable historiador D. Miguel de los Santos Oliver.
La afirmación de que Colón fué modificando gradualmente su apellido en España no es exacta tampoco. El Almirante usó ya en Portugal el apellido Colón, pues que la supuesta carta del Rey D. Juan, invitándole á volver á Lisboa, contiene este apellido. Si se le llamaba así, es porque así había sido conocido siempre en Portugal. En las capitulaciones de Santa Fe, para el primer viaje del Almirante, se estampó el apellido Colón. En 14 de Mayo de 1493, en carta al conde Borromeo, Pedro Mártir de Angleria dice: "Christophorus Colonus", no Colombus: y es sabido que el historiador italiano, según el P. Las Casas, escribió lo tocante á los primeros sucesos de Indias «con diligencia del Almirante». Finalmente, D. Fernando Colón, al tratar de esta materia en la historia de su padre, y al comentar alegóricamente ambos apellidos, afirma «que si queremos reducirle á la pronunciación latina es Christophorus Colonus.» Pero hay más: no se limita á afirmar esto, sino que añade la inestimable indicación de que su padre volvió á renovar el de Colón.
Esto indica claramente que el Almirante se llamaba Cristóbal Colón; que, después, se hizo llamar Cristóbal Colombo, y, más tarde, volvió á llamarse Colón. Nada más lógico que esto. Hubo un tiempo en que Colón estuvo en Genova. De allí salió, casi niño, según él, á navegar. Ahora bien; en aquel tiempo llenaban el Mediterráneo dos nombres célebres de marinos genoveses, los Almirantes Colombo, llamados, para distinguirlos, el Viejo y el Mozo. Colón, provisto de un apellido español, hubo de italianizarlo, llamándose Colombo, tanto más, cuanto que de este modo usufructuaba un nombre célebre en los mares. Al regresar á España tornó Colón á su apellido verdadero. Esto es lógico. Nada abre tanto las puertas de un país como ser ciudadano del mismo; nada ayuda á la simpatía como el título de hermandad de compatriota. Pero he aquí que Colón no tiene éxito. Su calidad de español no le ayuda. Entonces decide explotar otro recurso: fingirse geno vés. Pero ¿le era posible cambiar ya de apellido y hacerse llamar Colombo cuando se hacía llamar Colón?
Y he aquí cómo existe esta incongruencia entre su nacionalidad y su apellido, apareciendo como genovés con el apellido genuínamente español de Colón.
Tenemos, pues, que en España había Colombo y Colón, como apellidos, en tanto que en Italia sólo Colombo es apellido nacional. El otro medio por el cual puede el historiador averiguar el origen de un personaje, consiste en conocer el idioma que éste hablaba. ,¿Cuál era, pues, el idioma de Colón? Si Colón ira italiano, es evidente que el italiano era su lengua. Pero es el caso que no sucedía así. Ni uno solo de los documentos escritos por su mano: memoriales, instrucciones, cartas y papeles íntimos, notas marginales en sus libros de estudio, se encuentra escrito en italiano. La única nota escrita en italiano está redactada en apócrifo, no mereciendo, baturrillo de palabras de todas las lenguas, los honores de la discusión. Todos sus autógrafos, pues, están, ó en castellano ó en latín.
En castellano está su obra literaria, que no de otro modo debe ser calificada, esto es, su Diario de Navegación. En castellano está escrita la carta que dirigió á la República de Genova; en castellano está su correspondencia con el embajador de Genova, su amigo. A esto se dice que Cristóbal Colón salió de Genova muy niño, y que la educación que había recibido era muy pobre. En primer término, según sus apologistas, salió á los catorce años, edad en que se domina bien el propio idioma, en Genova como en todos los países, aparte que la ciencia histórica moderna retiene á Colón en Genova hasta 1472, con lo cual se viene abajo la leyenda de las navegaciones del Almirante; en segundo lugar, que, aun suponiendo que éstas fuesen ciertas, navegaría veintitrés años consecutivos. «Sin estar fuera de la mar, tiempo que se haya de contar», en buques genoveses y en empresas relativas á la República de Genova, en trato constante con mercaderes y marinos de la célebre Liguria.
Por otra parte, en hombre de la inteligencia y aplicación del Almirante, no es dable suponer que se olvidara de su idioma, por lo escaso de su educación, tanto más, cuanto que los que afirman que era genovés lo suponen disertando sabiamente, cuando lanero en el taller de su padre. En 1474, dice la leyenda colombina, Cristóbal Colón se decide á someter sus proyectos al sabio italiano Pablo Toscanelli, solicitando sus consejos. Pues bien; Toscanelli, en una de sus supuestas cartas, le considera portugués. El mediador entre Colón y Toscanelli fué, según los colombinos, Lorenzo Giraldo, italiano establecido en Lisboa. ¿Es concebible que Colón fuese italiano, y que Giraldo lo callase á Toscanelli? Esto demostraría que en este tiempo en que Colón se encontraba en España no se hacía pasar por italiano. En cambio, cuando se presenta en la Rábida, el dictado de genovés comienza á circular acompañado de su nombre. Sin duda, después de 1474 es cuando Colón decide hacerse pasar por genovés aprovechando el prestigio de que los marinos genoveses gozaban en España desde hacia siglos, pues sabido es que, entre otros, natural de la República de Genova fue el famoso Micer Egidio Bocanegra, nombrado por Alfonso XI almirante de Castilla en 1341, el cual, si tuvo sucesores genoveses en el cargo, sin mencionar á su hijo D. Ambrosio Bocanegra, en los célebres Dorias en los siglos xvi y xvii tuvo también predecesores insignes en Micer Benito Zacarías, almirante de Castilla en 1292.
Así tendríamos cuatro momentos de nacionalidad en la vida de Cristóbal Colón: español en España autos de trasladarse á Genova, italiano en Italia al darse cuenta de la utilidad de ello, español en España al regresar á ella diciéndolo más práctico, é italiano en España al convencerse de la conveniencia que podría reportarle. Tenemos, pues, que los italianos que tratan con Colón de sus proyectos le tienen por español en la acepción geográfica de la frase, dando por ciertos los hechos alegados por la leyenda colombina.
Pero creernos que toda disensión ocia, desde el momento en que Cristóbal COLÓN ha declarado por escrito cuál era su idioma, concordando esta declaración con todos los antecedentes que acreditan que no era el italiano. En el preámbulo de su Diario, en efecto, al exponer á los Reyes Católicos el objetivo do su empresa, dice Colón que en el Catay domina un Príncipe que llamaban el Gran Kan, que en nuestro romance significa rey de los reyes. ¿Puede creerse que un extranjero, á los ocho años de residir en un país, llame nuestra lengua al idioma, extranjero para él, que allí se habla? ¿O es un olvido, de esos que el mayor actor de la comedia humana acaba por tener siempre, en que la sinceridad se sobrepone á la ficción? Todo parece indicar que se trata de un caso más entre los conocidos como un fenómeno psíco-fisiológico, en virtud del cual, por ser tan grande lanecesidad del que pudiéramos llamar oxígeno de la verdad para el organismo moral del hombro, aun los mismos criminales se delatan, arrancándose voluntariamente la máscara del rostro.
La consecuencia de todo cuanto antecede no es solamente, en buena lógica, que no se sabe cuál era la patria de Colón, puesto que las pruebas de su apellido y de su idioma corroboran el dicho de Gallo y Giustiniani, probando que era español: la consecuencia positiva es que Colón tuvo empeño á todo trance en ocultarlo. Dos razones poderosas existían para que el primer Almirante de las Indias ocultase que era español y se hiciera pasar por genovés. La primera ha sido dicha: por el prestigio de los marinos genoveses en España, unido á la clásica verdad de que nadie fué profeta en su patria. La segunda ha sido también ya dicha, y en el deseo natural de Colón de engrandecer su origen suponiéndose ciudadano de Genova, en una época en que aún quedaba, por las instituciones vigentes, el recuerdo de los tiempos de Roma en que los ciudadanos de la metrópoli, por el solo hecho de haber nacido en Roma, gozaban privilegios que sólo como suprema recompensa eran concedidos á los demás hombres. Pero, además, podía haber otra razón.
Pudo ser ésta la necesidad, por parte del Almirante, de ocultar, por motivos graves y trascendentales, su origen. El problema histórico, pues, que tanto y por tanto tiempo ha preocupado á los investigadores, relativo á la nacionalidad de Colón, queda planteado en esta forma como la última palabra de la rectificación. Es decir, que se debía suponer, por quien atentamente estudiara los antecedentes expuestos, que Colón era español y que ocultaba por poderosas razones su nacimiento. En estas circunstancias un hallazgo inesperado viene á probar de una manera definitiva que Colón era español, al demostrarnos de dónde era su familia, explicando de una manera concluyente la poderosa razón por la cual hubo de ocultar con tal esmero y tanto empeño su origen español, con lo que queda para siempre aclarado el misterio inexplicable de su vida.
Debe la historia nacional ó, mejor dicho, la historia universal, este descubrimiento á la sin par diligencia de un hombre eminente, cuyo nombre es acreedor á las más altas demostraciones de estima. El historiador pontevedrés D. Celso García de la Riega descubrió los documentos á que hacemos referencia. Y, en posesión del tesoro, ha aplicado á este asunto tal inteligencia, tal erudición, tal sagacidad, que, al plantear el problema, lo ha resuelto. Por iniciativa del ilustre geógrafo D. Ricardo Beltrán y Rózpide, de la Real Academia de la Historia, el Sr, García de la Riega dio en la Sociedad Geográfica de Madrid una extensa conferencia.
En ella están las ideas fundamentales que he hecho mías, de tal manera son plenamente convincentes, que demuestran la nacionalidad española de Colón. He aquí ahora la relación de los documentos descubiertos:
1.° Escritura de carta de pago, dada á Inés de Mereles por Constanza Correa, mujer de Esteban de Fonterosa, fecha 22 de Junio de 1528.
2.º Escritura de aforamiento por el Concejo de Pontevedra, en 6 de Noviembre de 1525, á Bartolomé de Sueiro, e} mozo, mercader, y á su mujer María Fonterosa, folio 6 vuelto de un cartulario de 58 hojas en pergamino.
3.° Ejecutoria de sentencia de pleito ante la Audiencia de la Coruña, entre el Monasterio del Poyo y D. Melchor de Figueroa y Cienfuegos, vecino y alcalde de Pontevedra, sobre foro de la heredad de Andurique, en cuyo texto se incluye por copia la escritura de aforamiento de dicha heredad, hecho por el expresado Monasterio á Juan de Colón, mareante de aquella villa, y á su mujer Constanza de Colón, en 13 de Octubro de 1519.
4.º Escritura de aforamiento por el Concejo de Pontevedra, en 14 de Octubre de 1496, á María Alonso, de un terreno cercano á la puerta de Santa María, señalando como uno de sus límites la heredad de Cristobo (xp°) de Colón. Folio 20 vuelto de dicho cartulario de 58 hojas en pergamino.
5." Acuerdo del Concejo de Pontevedra, año de 1454, sin señalar el día ni el mes, nombrando fieles cogedores de las rentas del mismo año, entre ellos, á Gómez de la Senra y á Jacob Fonterosa para las alcabalas de hierro. Folio 66 del libro del Concejo que empieza en 1437 y termina en 1463 con 78 hojas en folio.
6.° Folio 43 del mismo libro. Acuerdo del Concejo, fecha 1.° de Enero de 1444, en que se da cuenta de la carta da fieldades del Arzobispo de Santiago, nombrando fieles cogedores de las rentas de la villa en dicho año, entre ellos, á Lope Muñiz ó Méndez y á Benjamín Fonterosa para las alcabalas de las grasas.
7.° Minutario notarial de 1440, folio 4 vuelto. Escritura de censo, en 4 de Agosto, por una parte de terreno de la rúa da Don Gonzalo de Pontevedra, á favor de Juan Osorio, picapedrero, y de su mujer María, de Colón.
8.º En el mencionado libro del Concejo, folio 26. Acuerdo de Pedro Falcón, juez; Lorenzo Yáñez, alcalde, y Fernán Pérez, jurado, en 29 de Julio de 1437, mandando pagar á Domingos de Colón y Benjamín Fonterosa 24 maravedís viejos por el alquiler de dos acémilas que llevaran con pescado al Arzobispo de Santiago.
9.° Minutario notarial de 1436. Escritura de aforamiento en 21 de Marzo hecho por Fernán Esté vez de Túy, á Alvaro Afón, do una viña en la feligresía de Moldes, en Pontevedra, señalando como uno de sus límites otra viña del aforante que labraba Jacob Fonterosa, el viejo.
10.º Minutario notarial de 1435. Escritura de 25 de Diciembre, en la que Alfón Ean Jacob afora la mitad de una viña á Ruy Fernández y á su mujer Elvira Columba.
11.º Minutario notarial, que empieza en 28 de Diciembre de 1433 y termina en 20 de Marzo de 1435, 98 hojas, folio 85 vuelto. Escritura en 29 de Septiembre de 1434 de compra de casa y terreno hasta la casa de Domingos de Colón, el viejo, por Payo Gómez de Sotomayor y su mujer D." Mayor de Mendoza.
12.º El mismo minutario, folio 80. En 11 de Agosto de 1434, escritura de venta de la mitad de un terreno que fué casa en la rúa de las Ovejas, por María Eans á Juan de Viana, el viejo, y á su mujer María de Colón, moradores en Pontevedra.
13.º Minutario notarial de 1434. Escritura de 20 de Enero, en que Gonzalo Fariña, hijo de Ñuño Mouriño y de Catalina Colomba, difunta. Lace donación de una casa sita en la rúa de Don Gonzalo, de dicha villa.
14.º Minutario notarial de 1434 y 1435, folios 6 vuelto y 7. Dos escrituras, correlativas, fecha 19 de Enero de 1434, en que el abad del monasterio de Poyo se obliga á pagar, respectivamente, 274 maravedís de moneda vieja á Blanca Soutelo, heredera de Blanca Colón, difunta, mujer que fué de Alfonso Soutelo, y 550 maravedís de la misma moneda á Juan García, heredero de dichos Alfonso de Soutelo y su mujer Blanca Colón.
15.º Minutario notarial, cuaderno de 17 hojas, folio 2. En 28 de Noviembre de 1428, escritura de censo hecho por María Gutiérrez á favor de la Cofradía de San Juan, de Pontevedra, en presencia de los procuradores y cofrades déla misma, Bartolomé de Colón y Alvaro de Nova. Los anteriores documentos están redactados en dialecto gallego; el siguiente, en castellano de la época.
16º. Cédula de Arzobispo de Santiago, Señor de Pontevedra, mandando al Concejo, en 15 de Marzo de 1413, que entregue á maese «Nicolao Oderigo de Janua» 15.000 maravedís de moneda vieja, blanca, en tres dineros. He aquí, pues, que en la provincia de Pontevedra, en Galicia, en los años 1428 á 1528, es decir, en la generación anterior á la del Almirante y en la coetánea, aparece en Pontevedra su famoso apellido unido á nombres propios de casi todas las personas que formaron su familia: Domingo Colón el viejo, otro Domingo Colón, Cristóbal Colón, Bartolomé Colón, Juan Colón, Blanca Colón, esto es, «una renovación muy frecuente en todas partes, originada por afecto, por respetuoso
recuerdo á los antepasados ó por padrinazgo de los parientes inmediatos en la pila del bautismo».
Esta circunstancia, con ser tan elocuente, aun pudiera calificarse como caso de homonimia; pero es que existe á la sazón, y en el mismo pueblo, el nada vulgar apellido materno del Almirante, y, como si esto no bastara, aparecen juntos los dos apellidos de Colón y Fonterosa en el mandato de pago relativo á servicio especial, todo lo cual constituye, al lado de los demás indicios, para decirlo con las mismas palabras del historiador y verdadero «descubridor» Sr. La Riega, un suceso de tan sugestiva influencia, que difícilmente puede el que lo examina sustraerse á su eficacia persuasiva. El hecho de hallarse lo más de la vida de Colón envuelto en tinieblas, dice el Sr. La Riega; el de no poder fijarse el pueblo de su nacimiento; el de aparecer contradicciones, incongruencias entre la mayor parte de los datos que figuran al presente como históricos; el de haberse agotado en Italia, con respecto á su persona, las fuentes de información, que aparecen precisas y diáfanas acerca de varones menos ilustres y aun anteriores al gran navegante, y, por fin, las deducciones que sin violencia alguna se desprenden de los nuevos documentos, son motivos poderosos para que se desvanezca la cabeza más firme.
En presencia del acuerdo del Concejo de Pontevedra— como afirma el afortunado historiador,—que en 29 de Julio de 1437 manda pagar 24 maravedís viejos á Domingos de Colón y á Benjamín Fonterosa, nace espontáneamente la reflexión de que va muy poca distancia de un matrimonio realizado por personas de ambas familias, á la asociación para negocios ó de intereses entre estas últimas, ó, al contrario, de la asociación al matrimonio. Nada más lógico que el precedente raciocinio, y he aquí el medio más sencillo para explicar el hecho de que el Almirante tuviera por padres á un Colón y á una Fonterosa, dando la clave del misterio de su vida. Del mencionado documento resulta que el Domingo de Colón á quien se refiere, era un modesto comerciante; si el Almirante fué hijo de él, no sería absurdo suponer que las preocupaciones sociales de aquellos tiempos fueran motivo bastante para obligarle á ocultar patria y origen. Pero hay algo que justifica plenamente esta ocultación, aclarando definitivamente aquel misterio. El apellido Fonterosa aparece en la provincia de Pontevedra con los nombres de Jacob el viejo, otro Jacob y Benjamín: la madre de Colón se llamaba Susana. «Si el Almirante pertenecía á esta familia, hebrea sin duda, dice el Sr. La Riega, que así puede deducirse de sus nombres bíblicos, ó por lo menos de cristianos nuevos, ¿no habríamos de disculparle y declarar plenamente justificada su resolución de no revelar tales antecedentes, dado el odio á dicha raza que existía á la sazón y dadas las iras que contra ella se desencadenaron en la segunda mitad del siglo xv? ¿No merecería examen en este caso la inclinación de Colón á las citas del antiguo testamento?» No es solamente en la tendencia á estas citas, observada por el Sr. La Riega, en donde puede encontrar el investigador psicólogo el origen israelita de Colón por sus ascendientes maternos. Su estilo es el más acabado modelo de literatura hebrea. Sus obras, verdadero monumento literario, no han tenido resonancia como tal, sin duda por su estilo ajeno á la literatura nacional española. Las influencias bíblicas, hijas de un temperamento atávico, y al mismo tiempo de una asidua lectura, son de tal modo directas, que en algunos pasajes parecen trozos del Viejo Testamento. Necesario es, pues, para el historiador que se proponga descubrir el origen y patria del Almirante de las Indias, fijarse detenidamente en las obras literarias de Cristóbal Colón para poder adivinar en su espíritu y en su estilo su raza.
El ilustre sociólogo D. Manuel Sales y Ferré, en su obra El descubrimiento de América según las últimas investigaciones, señala como características de Colón «su pronta y fina facultad de percibir, su facilidad de comprender y de sintetizar, el vigor y frescura de su fantasía, su profundo sentimiento de la naturaleza, la fecundidad y alto vuelo de su intuición, la elocuencia de su palabra, la energía y firmeza de su voluntad, su piedad misma, que con frecuencia lo elevaba á los coiiñues del iluminismo».
«Lo que más caracteriza á Colón, ha dicho Humboldt, es la penetración y extraordinaria sagacidad con que se hacía cargo de los fenómenos del mundo exterior.» «Y no se limita á la observación de los hechos aislados, sino que también los combina y busca su mutua relación, elevándose algunas veces atrevidamente al descubrimiento de las leyes generales que reaccionan el mundo físico. Esta tendencia á generalizar los hechos observados es tanto más digna de atención, cuanto que antes del fin del siglo xv, y aun me atrevería á decir que casi antes que el P. Acosta, no encontramos otro intento de generalización.» Esta afirmación de Humboldt, hecha en su obra Cristóbal Colón y el descubrimiento de América teniendo en cuenta que el famoso historiador es quien mejor ha observado y puesto de relieve las singulares condiciones de Colón, inicia su rumbo ya cierto para encontrar los orígenes espirituales del Almirante, pues que es sabido que esas particulares condiciones de Colón son la característica, precisamente psicológica, de los descendientes del pueblo de Israel.
Las obras literarias de Cristóbal Colón dan, como hemos dicho, la prueba material de su origen. Componen sus escritos, sin contar sus cartas familiares, memoriales y otros de índole privada, sus tres Relaciones de su primer viaje y del tercero y cuarto, y el libro de las «Profecías», cuyo titulo sólo descubre todo un mundo al investigador. El estilo literario de estas obras, escritas en el más excelente castellano, es, sin embargo, no tan sólo diferente, sino opuesto al estilo literario de su época, «La hermosura de las tierras que vieron, ninguna comparación tienen con la campiña de Córdoba. Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta, y las hierbas todas floridas y muy altas; los aires eran como en Abril en Castilla; cantaba el ruiseñor corno en España, que era la mayor dulzura del mundo.» «La isla Juana, escribe describiendo la de Cuba, tiene montañas que parece que llegan al cielo; la bañan por todas partes muchos, copiosos y saludables ríos... Todas estas tierras presentan varias perspectivas, llenas de mucha diversidad de árboles de inmensa elevación, con hojas tan reverdecidas y brillantes cual suelen estar en España en el mes de Mayo; unos colmados de flores, otros cargados de frutos, ofrecían todos la mayor hermosura y proporción del estado en que se hallaban.»
Contrastando con la bíblica pintura de este cuadro idílico, se encuentra la trágica, narración que recuerda los acentos de los profetas, de una tempestad, descrita desde Jamaica, el 7 de Julio de 1503: «Allí se me refrescó del mal la llaga; nueve días anduve perdido sin esperanza de vida; ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma; el viento no era para ir adelante, ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar fecha sangre, herviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fué visto tan espantoso; un día con la noche ardió como forno, y así echaba la llama con los rayos que todos creíamos que me habían de fundir los navios. En todo este tiempo jamás cesó agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo que resegundaba otro diluvio. La gente estaba tan molida, que deseaban la muerte para salir de tantos martirios. Los navios estaban sin anclas, abiertos y sin velas.»
Pero aun hay otros pasajes en los escritos de Colón que recuerdan de manera más vibrante, al extremo de parecer identidad, el estilo literario de la Biblia. Basta citar «La visión del río de Belem», inserta en la carta dirigida á los Reyes desde Jamaica el mismo día 7 de Julio. «Cansado, escribe, me adormecí gimiendo; una voz muy piadosa oí diciendo: ¡O estulto y tardo á creer á tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él más por Moysés ó por David, su siervo? Des que naciste, siempre él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vido en edad de que él fué contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra.
Las Indias, que son parte del mundo tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo, y te dio poder para ello, de los atamientos de la mar océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes; te dio las llaves, y fuiste obedecido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni por David, que de pastor hizo rey en Judea? Tórnate á él y conocerá tu yerro; su misericordia es infinita; tu vejez no impedirá á toda cosa grande; muchas heredades tiene él grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró á Isaac. ¿Ni Sahara era moza? Tú llamas por socorro incierto, responde: ¿Quién te ha afligido tanto y tantas Teces, Dios ó el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios, no las quebranta; ni dice, después de haber recibido el servicio, que su intención no era ésta y que se entiende de otra manera; ni da martirios por dar color á la fuerza; él va al pie de la letra; todo lo que él promete cumple con acrescentamiento. No temas, confía; todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol, y no sin causa.»
La vieja tierra de Judea llega á constituir para Colón una idea fija. Católico, propone á los Reyes de España la conquista de Palestina. En 26 de Diciembre de 1492 escribe en su diario: «y antes de tres años se podrá emprender la conquista de la Casa Santa y de Jerusalem; que así protesté á Vuestras Altezas, que toda la ganancia desta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalem, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía.» En el libro de las Profecías escribía Colón. «La conquista del Santo Sepulcro es tanto más urgente, cuanto que todo anuncia, según los cálculos exactísimos del Cardenal d'Ailly, la conversión próxima de todas las sectas, la llegada del Antecristo y la destrucción del mundo.»
Por último, en la carta dirigida por Colón al Papa Alejandro VI, en 1502, aparece que prometió á los monarcas que, para conquistar y libertar el Santo Sepulcro, mantendría, durante seis años, cincuenta mil infantes y cinco mil caballos y un número igual durante otros cinco años». No podrá ser tachado de suspicaz aquel que, después de leer lo que antecede,sospeche que este fervor de Colón es una táctica suya, hija de su conocimiento de las ideas dominantes en su siglo. Colón propone á los Reyes Católicos el descubrimiento de un mundo, para con sus riquezas conquistar la Tierra Santa. Ampara su proyecto con el espíritu religioso de aquel reinado, en el cual se dio carácter al Tribunal de la Inquisición y se decretó la expulsión de los judíos. Si el Almirante de las Indias, en vez de esto, se hubiese públicamente declarado judío, no es temerario afirmar que su proyecto, contrario á una gran parte de las ideas científicas de su época, examinado por una junta de teólogos, hubiese conducido rápidamente al famoso supuesto genovés á uno de aquellos autos en que la fe, convertida en fanatismo, trocaba en sanguinaria persecución la piadosa indulgencia de Cristo. La constante oblicuidad de la conducta de Cristóbal Colón y de sus tratos; su famoso regateo con los Reyes Católicos en las Capitulaciones de Santa Fe; su proverbial ó incorregible avaricia, ¿no son, acaso, los clásicos defectos de la raza de David y de Isaías?
Por otra parte, el tipo físico del primer Almirante, tal como lo han transmitido á la posteridad el pincel y la pluma de sus contemporáneos que lo retrataron, es el más acabado ejemplar de la raza israelita en su tipo más bello y acabado, que puede ser presentado como modelo de raza aristocrática. Era Cristóbal Colón, según Herrera, «de franca y varonil fisonomía, alto de cuerpo, el rostro luengo y autorizado, la nariz aguileña, los ojos garzos, la color blanca que tiraba á rojo encendido, la barba y cabellos canos». Gomara lo describe «hombre de buena estatura y membrudo, cariluengo, bermejo, pecoso y enojadizo y crudo, y que sufría mucho los trabajos». Según Las Casas, «representaba, por su venerable aspecto, persona de gran estado y autoridad y digna de toda referencia», siendo «sobrio y moderado en el comer y beber, Yestir y calzar». Hace ya algunos años que la tesis de que Colón era descendiente de israelitas, suponiéndole extremeño, de la familia del famoso judío converso D. Pablo de Santa María, Obispo de Cartagena, fué planteada, habiendo sido reproducida en 1903 por D. Vicente Paredes en un estudio publicado en la Revista de Extremadura, bajo el título de «Colón extremeño». La hipótesis extremeña, sin embargo, es una mera suposición no fundada. Ya D. Vicente Barrantes, en 1892, la refutó con su doble autoridad de historiador y de extremeño.
Publicada la conferencia del Sr. García de la Riega acerca de la patria de Cristóbal Colón, las Asociaciones Israelitas de toda Europa acogieron con entusiasmo la noticia, circulándola con ardor por todo el mundo. Aun cuando la sospecha sobre el origen hebreo del Almirante de las Indias se contraiga á la linea materna del famoso supuesto genovés, los israelitas se apresuraron á considerarlo como una gloria de su raza. Necesario será, sin embargo, poner coto á esta reivindicación. Que Cristóbal Colón fuese, por parte de madre, de origen israelita, no justifica en modo alguno que los hebreos lo tengan por cosa propia. Colón era español por su varonía y en España sólo ella da la personalidad, pues conocidos son los refranes que dicen, en castellano y catalán, que «en Cataluña y en Castilla el caballo lleva la silla». Por lo demás, al afirmar que Colón era español de raza y no israelita, no lo hacemos por estimar que un judío valga un adarme menos que cualquier cristiano. Entre los grandes pueblos de la antigüedad se destaca el de Israel con personalidad majestuosa é imponente. La concepción del Dios único, mantenida en la Judea, pone á esta raza por cima de todas aquellas en que, como en la misma Grecia, la grotesca idolatría de Egipto había traído los dioses del paganismo, perdida la tradición de la religión primitiva Pelasga. Con el concepto de la Divinidad, únese en Jadea el del origen del hombre y su destino. Al mismo tiempo, por la influencia déla religión, álzase el pueblo de Israel sobre todos los demás de la antigüedad en la Literatura. No es dable, al menos para mí, comparar la majestuosa solemnidad, la grandeza sobrehumana de la literatura judía con la frialdad artificiosa característica de todo el arte clásico, perdida en él igualmente la tradición pelasga de que Homero fué el símbolo y que en Esquilo brilla con llama sombría, frialdad artificiosa á que una moda intelectual, convertida en estampilla, he llamado por elogio serenidad helénica.
Si el pueblo hebreo se ha encontrado en Europa en un estado de abyección, la razón de este envilecimiento se encuentra en el orgullo de la raza judía. El sentimiento instintivo y la conciencia reflexiva de su superioridad sobre los demás pueblos les ha hecho no querer mezclarse con ellos. Han preferido el Gheto, la Judería, el látigo, la persecución, á mezclarse con unas razas que desprecian. Ellos, entre sí, sucios, harapientos, pero ellos aislados, solos, puros, recordando su pasado, sus glorias, sus grandezas, preferían esto al respeto, la consideración y el afecto de las gentes. Caso admirable de grandeza moral, de soberbia épica, en que nadie ha puesto atención y que cambia radicalmente el concepto sobre los judíos. Yo pude hacer esta observación al sorprender, con asombro, el orgullo con que un judío extranjero me explicaba la gloria de pertenecer á su raza, raza admirable que tantos sabios ha dado á la ciencia, tantos genios al arte y á la literatura, y que en la vida mercantil ha sabido hacerse dueña do los negocios, del dinero, del mundo, en una época en que no hay más Dios que él.
Si Cristóbal Colón tuvo que ocultar su origen materno ante los riesgos de la Inquisición y de las preocupaciones de su tiempo si se sabía que era de estirpe judía, no hay ya razón para que en el siglo xx no se repute como un honor insigue ser descendencia de la raza de los Profetas y de los Apóstoles, de la excelsa raza de la madre de Cristo, hoy cuando no ya los grandes de todas las naciones, sino los mismos príncipes soberanos de Europa, solicitan por esposas á las hijas de los banqueros israelitas, y cuando está tan sabido que no hay mayores judiadas, para decirlo con la frase de antaño, que, elevadas á la más alta potencia, no cometan, igual que han cometido y las habrán de cometer, los cristianos.
Pero no se limitan los documentos, descubiertos felizmente por el Sr. La Riega, á las familias Colón y Fonterosa, cuyos dos apellidos eran los del Almirante de las Indias. Uno de esos documentos arroja, como dice el Sr. La Riega, no sólo sobre los demás, sino también sobre la vida de Colón, y, por consiguiente, «en el oscuro campo de la Historia relativa á esa interesante vida, potentes rayos de lúz ante los cuales no acierta á refrenarse la imaginación ni á defenderse el entendimiento». Tal es la cédula del Arzobispo de Santiago, fechada el 15 de Marzo de 1413, dirigida al concejo, juez, alcaldes, jurados y hombres buenos de su villa de Pontevedra, ordenándoles entregar, «cogidos y recabdados», 16.000 maravedís de moneda vieja á Maese Nicolás Oderigo de Genova.
Si recordamos que el íntimo amigo del almirante, el que le mereció la confianza de ser depositario en 1502 de las copias de sus títulos, despachos y escrituras, se llamaba también Nicolás Oderigo, Legado que había sido del Gobierno genovés ante los Reyes Católicos, la distancia de casi un siglo entre ambos hechos demuestra que el Nicolás Oderigo en 1502 no era el mismo de 1413; pero bien pudo el uno ser antepasado ó pariente próximo de los antepasados del otro. Si aquél fué, por ejemplo, navegante y mercader de telas de seda y de otros géneros y artículos de la industria italiana, que las naves genovesas llevaban á aquella comarca de Galicia; si su descendiente desempeñó, por adquisición de nobleza ó por otras elevadas cualidades y prendas, el cargo de Embajador en una república en que toda su nobleza comerciaba,
¿sería acaso temerario presumir, como presume el Sr. García de la Riega, que la estrecha amistad de Cristóbal Colón con dicho Legado tenía antigua fecha en su familia, y provenía de una protección cuyo origen pudiera haber sido la presencia en Santiago y Pontevedra á principios del siglo xv, del Odérigo á que se refiere la cédula del prelado compostelano? Si los padres de Colón fueron individuos de las familias Colón y Fonterosa, residentes en Pontevedra, emigrados luego á Italia, puede aceptarse que hubieran utilizado alguna recomendación ó relación directa ó indirecta con los Oderigos. ¿Conocía el embajador Oderigo la verdadera patria del almirante, y supo conservar el secreto, como pudiera deducirse, tanto del silencio que guardó acerca de la patria y del origen de su amigo, como del hecho de haber retenido las copias que le confió, y que no fueron entregadas á las autoridades de Genova hasta muy cerca de dos siglos después por Lorenzo Oderigo?
«Estas y otras preguntas ó hipótesis análogas se ofrecen al pensamiento, aparecen adquirir fundadamente el aspecto de la verdad, porque no es fácil concebir que por exclusiva virtud de la casualidad pueda llegar á tal extremo el concurso de indicios tan numerosos y homogéneos.» En virtud de los documentos descubiertos por la afortunada investigación, el Sr. La Riega sienta su hipótesis, que explica de una manera tan lógica, los sucesos de los comienzos de la vida de Colón, que no es posible por menos de aceptar su explicación, no como hipótesis, sino como hechos históricos. El matrimonio Colón Fonterosa, dice el Sr. La Riega, residente en Pontevedra, emigró á Italia , á consecuencia de las sangrientas perturbaciones ocurridas en Galicia durante el siglo XV, ó por otras causas, hacia los años 1444 al 1460 del mismo, aprovechando al efecto las activas relaciones comerciales y marítimas que entonces existían entre ambos países.
Llevó en su compañía á sus dos hijos mayores, criados ya (pues los demás nacieron posteriormente), y utilizando para establecerse en la ciudad de Genova ó en su territorio, probablemente en Saona, recomendaciones para el Arzobispo de Pisa, que á la sazón era clérigo sine-cura de la iglesia de Santa María la Grande, de Pontevedra, y cobraba un quiñón de sardina á los mareantes de dicha villa, ó relaciones directas ó indirectas con la familia de Oderigo. Nada más fácil, existiendo en Genova el apellido Colombo, que la italianización del apellido Colón; más aún, habiendo entre estos Colombos italianos dos, el Viejo y el Mozo, célebres marinos corsarios.
El Sr. García de la Riega prosigue su razonamiento, suponiendo que Cristóbal Colón se trasladó de Italia á Portugal en busca de apoyo para su proyecto de llegar por el camino del Atlántico, en dirección al Oeste, en busca de las Indias. Entre la salida de Colón de Italia y su llegada á Portugal, con el objeto de proponer su proyecto al Monarca lusitano, hay, sin embargo, un período de tiempo de tal trascendencia que en él es cuando nace el proyecto de Cristóbal Colón. Al futuro Almirante de las Indias, en efecto, lo encontramos, antes de venir á Portugal, establecido en la isla de la Madera. En uno de estos viajes es cuando Cristóbal Colón se encuentra con Alonso Sánchez, de Huelva, maestre de nao, el cual le revela su secreto, al morir, de la existencia del Nuevo mundo. Pero esto será objeto de un estudio especial. Ahora no debo sino hacer una referencia á ello. En posesión, pues, Colón del secreto de Alonso Sánchez, se traslada á Portugal con el objeto de ofrecer su proyecto.
El brillo que alcanzaba en Portugal la cosmografía y la fama de los descubrimientos que los portugueses, impulsados por la perseverancia del insigne infante D. Enrique, realizaban en África, decidieron á Colón á trasladarse á Lisboa. Desechado su plan por el Gobierno de Portugal—prosigue el señor García de la Riega,—lo presentó al de España, fingiéndose genovés, ya para lograr el favor de la Corte, ya para ocultar su humilde origen ó alguna otra condición de raza de su familia materna; condición que, de ser conocida entonces, se hubiera alzado en su camino cual insuperable barrera. Ahora bien; al verse Colón en el apogeo de la gloria se esforzó en seguir ocultando patria y origen, conducta secundada tan esmeradamente por sus hermanos, que ni sus propios hijos, según ellos, llegaron á conocer el pueblo en que habían nacido.
¿Y quién sabe si aquel hebreo que moraba á la puerta de la judería, para el cual dejó una manda en su testamento y cuyo nombre reservó, se pregunta el historiador Sr. La Riega, era pariente materno del eximio navegante? Extinguida, según todas las probabilidades, en Pontevedra la memoria de los padres de Cristóbal Colón, cuando las noticias del descubrimiento llegaron á dicha villa, si alguna persona recordó la existencia anterior en la misma del apellido Colón, no pasó del simple recuerdo, al ver que el éxito alcanzado se debía á un extranjero. «En la imposibilidad de declarar sus antecedentes, ni el Almirante ni su hermano don Bartolomé se casaron, aunque tuvieron ambos un hijo natural de cada una de sus respectivas amantes. La historia escrita y la hablada aceptaron y propagaron la nacionalidad genovesa para Colón, á falta de pruebas evidentes coto respecto al lugar de su cuna.» Pero no son éstos aun los únicos indicios que con vehemencia tan abrumadora convencen de la nacionalidad española de Cristóbal Colón. Otros de mayor fuerza vienen todavía á confirmar aquéllos, dando la prueba que podríamos llamar física del hecho.
El Sr. García de La Riega los anota, y sólo queda al historiador reproducirlos sin que se haga necesario comentarlos. La huerta de Andurique, dice el Sr. La Riega, aforada por el Monasterio de Poyo á Juana de Colón, y situada á medio kilómetro de Pontevedra, linda con otras heredades de la pequeña ensenada de Portosanto, lugar de marineros en la parroquia de San Salvador. El descubridor del Nuevo Mundo bautizó á las dos primeras islas que halló en su primer viaje con los nombres de San Salvador y la Concepción; á las siguientes, con los de Isabela, Fernandina y Juana, en demostración de su gratitud á la Real Familia. Pero costeando la última, que conservó su denominación indígena de Cuba, llega á un río, después á una bahía, y correlativamente, sin que hubiese padecido en aquellos días borrasca, riesgo ni dificultad de ninguna clase, vuelve á aplicar al primer nombre de San Salvador, y da a la segunda el de Portosanto. Algunos críticos explican lo de Portosanto, por el hecho de que el suegro de Colón había sido gobernador de la Isla Portuguesa, así llamada.
Es decir, observa el Sr. La Riega que el inmortal navegante, que no se acordó para tales actos de sus hijos, de sus padres, de su mujer, de su amada D.ª Beatriz, de Genova ni de Italia, dedicaba tal afecto á un suegro que no había conocido, y le apremiaba tanto el deseo de demostrarlo, que se apresuraba á honrar su recuerdo inmediatamente después del que dedicó á la religión y á los Reyes. Pero si Colón hubiera nacido en Pontevedra, ¿no se justificaría sobradamente que se hubiese acordado de una patria que no podía declarar, en momentos tan solemnes, de tanta expansión efectiva como serían para él los del descubrimiento, y que repitiese la denominación de San Salvador, aplicando la de Portosanto, recordando la parroquia y lugar donde quizás tuvo su cuna, en la seguridad de que nadie habría de sospechar su íntimo propósito?
En su segundo viaje, prosigue el Sr. La Riega, bautizó á una isla con el nombre de la Gallega. En el primero había denominado la Española á la que actualmente se llama de Santo Domingo; ninguna otra obtuvo de Colón el de la Latina, el de la Griega, el de la Corsa ni el de la Portuguesa. Es probable que el de la Gallega signifique un recuerdo á la carabela Santa María, pues tal era su sobrenombre; pero esta misma circunstancia, ¿no podría demostrar la conjunción dedos ideas? Colón prefirió embarcarse en la Santa María, a pesar de ser buque de carga, y de ofrecer la Pinta y la Niña mejores condiciones marineras y mayores ventajas para la empresa del descubrimiento. ¿Fué casual esta elección, no bien explicada hasta la fecha?
Y como corolario de tal preferencia, quiso unir en el nombre de la Gallega los dos recuerdos, el de la nave y el de Galicia, si en ella hubiere nacido, de la misma manera que con el de la Española satisfizo á su españolismo, muy acendrado por cierto, según ha demostrado un sapientísimo crítico. Otro de los documentos descubiertos por el Sr. La Riega, contiene la compra de una casa por Payo Gómez de Sotomayor y su mujer D.ª Mayor de Mendoza: ésta sobrina del Arzobispo de Santiago, aquél uno de los más nobles ricos-hombres de Galicia, mariscal de Castilla, caballero de la Banda, embajador á Persia del Rey D. Enrique III. En dicha escritura se menciona, como parte del contrato, el terreno hasta la casa de Domingo de Colón el viejo, con salida al eirado de la puerta de la Galea. «Este eirado es una plaza ó espacio irregular entre diversos edificios, tapias y muelle al fondeadero llamado de la Puente; hállase inmediato al lugar que ocupaba la puerta y torre de la Galea. En su tercer viaje, en extremo fatigoso por las calmas y por el calor sufrido más allá de las islas de Cabo Verde, dio Colón á la primera tierra que halló el nombre de la Trinidad, y al primer promontorio el de Cabo de la Galea. No es probable que la circunstancia de presentarse á la vista una roca parecida á un buque inspirase á Colón, inmediatamente después de un nombre de tan alta y sagrada significación como el de la Trinidad, el pensamiento de descender á uno tan trivial como el de la Galea, sin tener para ello alguna otra razón importante. Si Colón hubiera nacido en Pontevedra y jugado en su niñez en aquel eirado de la puerta de la Galea, vecino á la casa de un pariente muy cercano, donde los marineros extendían las redes y aparejos para secarlos y recomponerlos frente á uno de los fondeaderos de las naves, ¿sería absurdo presumir que en el nombre de Cabo de la Galea hubiera incluido una memoria á su pueblo y á sus primeros años, en forma semejante á las que empleara anteriormene?
De todos modos, concluye el Sr. La Riega, ¿no es muy singular que sus tres primeros viajes, por lo menos, ofrezcan á nuestra meditación tres coincidencias tan expresivas?» No se limitan á éstos los datos encontrados ó reunidos por la diligencia magistral del Sr. García de La Riega. Un eminente hombre público, que, á pesar de ser político, se interesa por las glorias nacionales, el Sr. González Besada, noticioso de los estudios que yo hacía sobre la nacionalidad española de Colón, convencido plenamente de la verdad de esta hipótesis, se manifestó dispuesto á ayudarme en esta empresa nacional. Gracias á su patriotismo, tan en contraste con el egoísmo feroz característico de nuestras clases directoras, pude, al ponerme á sus órdenes, entrar en relación con el Sr. García de La Riega.
Entre los datos reunidos por este docto historiador se encuentra uno más, hallado por el presidente de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, que descubre á un nuevo individuo de la familia de Colón con la calidad de marino. En efecto; en un cuaderno de cuentas y visitas de la Cofradía de marineros, llamada de San Miguel, en Pontevedra, que cobraba un arbitrio por la entrada y salida de buques en su, puerto, hay una relación sin fecha, pero que, por todos los indicios, se encuentra comprendida entre los años 1470 y 1480, la cual tiene la siguiente anotación: "Debe Aº (Alonso ó Alvaro) de Colón quatro mrs do viaje d'abeyro". D´Abeiro, puerto portugués, se traía la sal á Pontevedra, y el A° de Colón era sin duda patrón ó maestre, como entonces se decía, de un barco, y á este propósito es necesario advertir, aun cuando sea tan sólo singular y mera coincidencia, que Cristóbal Colón dio el nombre de San Miguel á la punta más occidental de la Isla Española. Ni en Genova ni en Saona hubo Cofradía de marineros con la advocación de dicho santo. En 2 de Noviembre de 1428 aparecen como testigos, en una escritura de censo otorgada en Pontevedra: «Bertolomeu de Colón y Aº de Nova», Procuradores de la Cofradía de San
Juan Bautista, de aquella ciudad. Ahora bien: en 1489, Pedro González, hijo de Bartolomé Colón, otorga testamento en Córdoba. D. Rafael Ramírez de Arellano, en un estudio referente á D.ª Beatriz Enríquez de Arana, la amante de Colón, publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, correspondiente al mes de Diciembre del año 1900, calcula que ese Colón hubo de venir á Córdoba el año 1425. Este Bartolomé Colón pudo ser aquel Bartolomé de Colón ó el otro Bartolomé Colón, descubierto igualmente por el Sr. La Riega, si no eran una misma persona, emigrado de Pontevedra, como la mayor parte de sus parientes, entre ellos los padres de Cristóbal Colón, á consecuencia de las alteraciones, luchas é incendios habidos en aquella ciudad en aquel tiempo, y establecido en Córdoba, dadas las grandes relaciones marítinias existentes en su siglo entre Pontevedra y Sevilla y otros puertos de Andalucía.
Uno de los argumentos que se invocan para probar la nacionalidad del Almirante, es la demanda entablada en Saona en 1501, contra los tres hermanos Colón para el pago del importe de 25 libras, de una casa comprada en Legino por un Domenico Colombo, en 1474. Este documento, hallado siglos después de ocurridos tales hechos, desapareció apenas surgido. Basta decir para juzgarlo, que en otro documento tan singular como éste, aducido para darle valor, aparece que Miguel Cuneo (fué la familia Cuneo la que entabló la citada demanda) acompañó á Colón en su segundo viaje, y el almirante le hizo donación de una isla, á que dio el nombre La bella Saronesa.
De estos documentos, los escritores italianos Belloso y Celsus (Peragallo) dicen: el uno, «que parecen falsos», y el otro, que son «una locura de falsedad», según afirma el señor La Riega. En cambio, como si la Providencia ó el acaso hubiesen querido que se cumpliese la fórmula hipócrita de la escritura de fundación de Mayorazgo de Colón, de «poner en Génova persona de su linaje con Casa y Estado», aparece en Pontevedra en
el siglo XVII, con Casa, Estado, rentas y patronazgo de una capilla, Nuestra Señora del Buen Suceso, en el Convento de San Francisco, una señora llamada Doña Catalina Colón y Portugal. Debía esta señora pertenecer á la familia del Almirante de las Indias. En efecto; el tercer almirante D. Luis Colón, hijo de D. Diego, segundo almirante y nieto del supuesto genovés, muere en 1572, siendo el último de su apellido. El cuarto almirante es D. Ñuño, llamado Colón de Portugal, pero cuyo verdadero apellido es el segundo, como hijo de D. Alvaro de Portugal y Colón, conde de Gelves, nieto de D.ª Isabel Colón, hermana de D. Luis, tercer almirante, continuando llamándose los descendientes de Cristóbal Colón, Colón de Portugal durante las generaciones sucesivas hasta que este apellido se pierde de nuevo en el décimo almirante D. Carlos Fitz, James Stuart y Colón de Portugal, hijo de D.ª Catalina Colón de Portugal, duquesa de Veragua, noveno almirante.
Hijodel precedente fué el onceno almirante, D. Jacobo Fitz James Stuart Colón de Portugal, después del cual pasa la casa, por pleito, en virtud de mejor derecho, como descendiente por otra rama de Cristóbal Colón, á D. Maiñano de Larreátegui, el cual toma el apellido Colón, duodécimo almirante, en 1790, Singular coincidencia es la de residir en Pontevedra en el siglo XVI una rama de la familia de Cristóbal Colón, no siendo D.ª Catatalina Colón de Portugal la única de ella, pues que en su obra La Gallega, entre los hijos ilustres de Pontevedra, cita el Sr. La Riega á «Miguel Enríquez Colón de Portugal, alcalde mayor en Méjico», aproximadamente en la misma época. El diplomático norteamericano, Sr. Enrique Vignaud, salió á la palestra coloniana con un libro, La carta y el mapa de Toscanelli, afirmando que la correspondencia entre Colón y Toscanelli era apócrifa, siendo no de Cristóbal Colón, sino de su hermano Bartolomé, que la falsificó.
Pero sea de quien fuere, resulta en ella que no eran italianos y que pasaban á la sazón por portugueses. Nada en la vida de Colón aparece transparente y categórico como en la de todo el mundo. Todas sus afirmaciones en los asuntos más trascendentales de su existencia pueden y aun deben de ser tachadas de falsedad. Probablemente no fué cierto tampoco que su hijo D. Diego lo fuera de su matrimonio en Portugal. En efecto; se equivoca acerca del lugar en que estaba sepultada su madre; ni él ni su padre le costearon una mediana sepultura, ni dedicaron sufragios á su ánima, ni la mencionaron siquiera para llevar sus restos á Santo Domingo. Es sorprendente el silencio que observó Cristóbal Colón respecto de la dama portuguesa, su esposa. En Huelva hallamos á Colón refugiándose en la Rábida, en lugar de ampararse á los que llama sus cuñados, los esposos Muliarte, residentes, según dice, en dicha villa. ¿Eran realmente sus cuñados? Pasado tiempo protegió Colón á Muliarte; pero, según las cartas existentes, éste trataba á Colón con grandísimo respeto y ceremonia, sin que aparezca el menor signo entre ambos de familiaridad ó parentesco.
La cautela de Colón al envolver deliberadamente sus orígenes en sombras de misterio, se confirma en el cuidado que tuvo al consignar en las famosas estipulaciones de Santa Fe el apellido Colón. En efecto; de no estampar su verdadero apellido, sino el apócrifo apellido genovés, esto es, Colombo, se exponía en el porvenir á los más graves contratiempos, cautela, por lo demás, característica en el más alto grado del espíritu del pueblo gallego, proverbial por lo instintivo de su astucia en la rara habilidad del disimulo. De las tres carabelas con que Cristóbal Colón salió de Huelva, la Pinta y la Niña eran de Palos. La capitana, oficialmente titulada la Santa María y vulgarmente apellidada La Gallega, según resulta del testimonio de los contemporáneos, comenzando por el de Gonzalo Fernández de Oviedo, en su Historia general de Indias, había sido construida en Pontevedra.
El Padre Sarmiento así lo creyó, suponiendo que se dedicó á Santa María, «que es la Parroquia de todos los marineros, en Parroquia separada». El Sr. García de La Riega, en su notable obra La Gallega, prueba de un modo indudable que fue así con documentos de la época, de tan extraordinario valor como el contrato notarial otorgado en Pontevedra, el día 5 de Julio de 1487, fletando la nao llamada Santa María y La Gallega, indistintamente.
No fué Cristóbal Colón el primer Almirante español nacido en Pontevedra. Fuéronlo antes que él Payo Gómez Charino, Alfonso Jofre Tenorio y Alvar Páez, como más tarde salieron de Pontevedra otros marinos famosos, como Joan de Nova, Sarmiento de Gamboa, los Nodal y los almirantes Matos. Haciendo á Colón italiano, todo es absurdo en su existencia, todo es en ella misterios inexplicables, contradicciones incomprensibles. Naciendo Colón gallego, todo es lógico en su vida; el misterio desaparece. Todas las contradicciones se explican. Es un talismán maravilloso, que abre todas las puertas, salva todos los obstáculos y justifica con lógica admirable todas las incongruencias, sombras y anomalías que nublan la historia del almirante, convirtiéndola súbitamente en una vida diáfana. Así, todo lo absurdo que es á la vez Colón italiano, en su «Diario» evoca, ante el espectáculo del Nuevo Mundo, la campiña de Córdoba ó los ruiseñores de España, sin que acudan á su memoria los recuerdos de Genova ni la menor remembranza de Saona, es perfectamente lógico admirar á Colón, español, rememorar en tan solemnes momentos las bellezas de su patria. Seguramente, durante algunos años, se hablará aun de Colón con el dictado de «el ilustre genovés». Pero aún más seguramente acabará por reconocer la Historia la nacionalidad española de Colón.
Ya Eva Canel, en Buenos Aires, como Martín Hume, en Londres, han acogido y propagado la idea de la nacionalidad española de Colón, mientras que algunas entidades extranjeras, interesadas en tan curioso tema, han hecho publicaciones especiales apoyando los descubrimientos del señor García de la Riega. En España, el Diccionario Enciclopédico de Espasa acoge, en la biografía de Colón, la tesis del Sr. La Riega. Sea, pues, la hora de que la ciudad de Pontevedra reivindique como á su hijo á Cristóbal Colón, resolviendo definitivamente el problema de su nacionalidad, hasta hoy tan codiciosa como infructuosamente disputada.
Algunos espíritus tímidos observarán que no puede hacerse categóricamente la afirmación de que Cristóbal Colón es español, porque no hay pruebas positivas de ello. Ante todo, es preciso que nos pongamos de acuerdo para saber qué se entiende por «pruebas». ¿En qué consiste la verdad histórica? ¿Es acaso el documento? El documento, en sí mismo, es una cosa que carece de valor, no siendo más, en buena crítica, que un elemento de prueba. Léanse los Memoriales dirigidos al Rey durante todo el siglo XVIII, pidiendo Hábitos de las Ordenes ó solicitando el ingreso en las carreras del Estado, como la militar y la diplomática, en que se requería la condición de nobleza. Todos los solicitantes, la mayor parte de conocida riqueza, «no teniendo con qué sustentarse, acuden á la Real piedad» para obtener aquella gracia, que era, en el primer caso, un derecho. Todos mendigan, implorando servilmente. Es el estilo de la época. Es el marchamo impuesto por el absolutismo. Al que no pide así, no se le concede nada. Y aun los altivos acaban por conformarse, como se B. L. M.,á un hombre sucio, y hasta L. P., á una señora vieja y fea. Véanse los expedientes personales de los funcionarios públicos. Todos los que solicitan jubilarse antes del tiempo están gravemente enfermos, «probando» con certificados médicos su estado cada vez que es necesario acreditar la imposibilidad física. Verdad histórica es el conjunto de pruebas, materiales y morales, de conjeturas, de indicios, de sospechas que, por su fuerza abrumadora, llevan al ánimo la persuasión de los hechos; no un pedazo de papel en que, con todas las solemnidades legales, se falsea muchas veces la verdad.
Y pues que así está probada la nacionalidad española de Colón, hónrese en Pontevedra, sin más demora, á aquel primer Almirante de las Indias que, si no descubridor del Nuevo Mundo, fue, en el orden de los hechos, al fin y al cabo, su revelador, y que, en las cuatro expediciones sucesivas posteriores al primer viaje, exploró y descubrió costas ó islas desconocidas de aquel inmenso continente en que más tarde sus conterráneos habían de fundar el reino que denominaron «Nueva Galicia».
FERNANDO DE ANTÓN DEL OLMET
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